Leonel Dozza de Mendonça
En esta conferencia, quisiera plantear algunas ideas de la obra
de Winnicott, las cuales me fueron muy útiles a la hora de pensar y trabajar en
Acompañamiento Terapéutico (AcT).
En mi recorrido personal, habría que matizar dos momentos de la
relación Winnicott-AcT. El primer momento consistió en el "matrimonio"
entre las ideas de Winnicott y aquello que pienso y hago; es el momento en que
uno se da cuenta de que el discurso de este autor, y parte de su Clínica, se
acerca mucho a lo que hacemos en el AcT. Sin embargo, a pesar de se tratar de
un matrimonio bastante feliz, hay que reconocer que Winnicott no fue Acompañante
Terapéutico (AT) y, por lo tanto, no es posible pensar todo lo que se hace en
AcT a través de su obra. Fue a partir del reconocimiento de estas
diferencias, que entré en el segundo momento de aquella relación, a saber: el
"divorcio" entre las ideas de Winnicott y lo que hacemos en
AcT. En este divorcio, no se trata de plantear una crítica estructural a los
planteamientos de Winnicott, pero sobre todo de reconocer que sus ideas surgen
de una(s) práctica(s) clínica(s) que se diferencia en muchos aspectos de lo que
hacemos en AcT.
Conclusión: las ideas de Winnicott pueden ofrecer una
contribución muy valiosa a la hora de pensar el AcT; sin embargo, una
teorización auténtica sobre este tema debe de pasar por este divorcio, si no queremos caer en teorizaciones que no corresponden a nuestra labor específica.
teorización auténtica sobre este tema debe de pasar por este divorcio, si no queremos caer en teorizaciones que no corresponden a nuestra labor específica.
Para esta conferencia -ya que se trata de una
primera aproximación- solo me ocuparé de algunas cuestiones que se me
ocurren en los momentos de matrimonio entre Winnicott y AcT. Intentaré
centrarme fundamentalmente en las ideas de Winnicott, para que luego -en la
próxima conferencia- pueda ilustrar este matrimonio a través de un caso clínico[2].
1- El proceso de
ilusión-desilusión
Al nacer, el bebé no es capaz de diferenciar el mundo externo
del interno. A ese estado psíquico, anterior a la separación yo/no-yo, se
denomina simbiosis o "estado primario fusionado" (Winnicott; 1971;
169). Esta fusión inicial viene acompañada de la experiencia de omnipotencia,
que será reforzada, o no, por los cuidados maternos. Por ejemplo: el bebé
siente hambre, y en ese momento aparece la madre y le da el pecho. Al no ser
capaz de diferenciar el yo del no-yo, el bebé no puede reconocer la existencia
de ese otro ser, la madre, que estaba allí para satisfacer su necesidad. Para
él, el pecho que le alimenta es una extensión de sí mismo, la cual se encuentra
bajo su control omnipotente. Esta experiencia de omnipotencia será reforzada
por la devoción casi absoluta que la madre dedica al lactante, sobre todo al
comienzo de su vida. Esta devoción inicial, junto con la comunicación
pre-verbal que se establece, posibilita que la madre esté presente en el
momento exacto, o casi exacto, para satisfacer las necesidades de su hijo. De
esta forma, la madre contribuye a que el bebé experimente un mínimo de
frustración y tenga la ilusión de que el mundo externo es una extensión de sí
mismo (o algo creado por él) y se encuentra bajo su control omnipotente.
Si partimos del principio de que el proceso de maduración es
algo heredado, habría que subrayar, por otro lado, la importancia de un
"ambiente facilitador" que posibilite el desarrollo de ese potencial
heredado. Al comienzo, la madre ofrece un ambiente facilitador que se adapta
casi el cien por cien a las necesidades del bebé. Poco a poco, este grado de
adaptación debe disminuir, en la medida en que el bebé va conquistando una
mayor autonomía. De esta forma, la madre evita la intrusión brusca de factores
ambientales que puedan romper la continuidad existencial del lactante
(Winnicott; 1989; 308s).
En un primer momento, caracterizado por una dependencia casi
absoluta respecto al ambiente, la continuidad existencial del bebé dependerá
casi exclusivamente de la constancia de los cuidados maternos (ambiente
facilitador). Al comienzo, el bebé no posee una organización yóica que le
posibilite hacerse cargo de sus necesidades, físicas y psíquicas, básicas; y
tampoco es capaz de organizar defensas que contengan sus angustias. En este
sentido, la función de yo auxiliar, que la madre ejerce en este momento, será
de fundamental importancia. A través de la capacidad para identificarse con su
hijo, la madre puede reconocer sus necesidades y satisfacerlas; y es en este
sentido que ella funciona como un yo auxiliar[3].
La constancia de los cuidados maternos proporciona al bebé una
cierta "previsibilidad del ambiente", así como las bases para el
sentimiento de confianza en la realidad externa e interna[4]. En
este primer momento del desarrollo, en el cual el lactante no es capaz de
diferenciar el yo del no-yo, es muy importante que la madre pueda ilusionar a
su hijo, en el sentido de confirmar su ilusión de control omnipotente. Ese
proceso de ilusión es posible, entre otras cosas, gracias a la "devoción
casi absoluta" de la madre a las necesidades del bebé, lo que le brinda un
ambiente facilitador que se adapta casi un cien por cien a estas necesidades.
En un primer momento el lactante necesita mantener la ilusión de omnipotencia,
pues todavía no es capaz de tolerar las frustraciones que el principio de realidad
imponen.
Si todo va bien, tras haber ilusionado al lactante la madre
inicia, poco a poco, el proceso de desilusión, que consiste en ir disminuyendo
el grado de adaptación a las necesidades del bebé en la medida en que crece su
capacidad para soportar la frustración que esa retirada materna provoca. Al
comienzo, la capacidad para soportar la frustración es casi nula. Sin embargo,
la constancia de los cuidados maternos fue proporcionando una cierta imagen
mental de la madre y posibilitando que la misma esté presente (en cuanto
representación psíquica) en su ausencia (física). Esa representación psíquica
de la madre es un elemento fundamental para que el bebé pueda pasar por el
proceso de desilusión sin que ello derive en un trauma que provoque la detención
de un desarrollo normal.
Es importante subrayar que, para poder desilusionar a su hijo,
la madre también tendrá que soportar la frustración de no poder satisfacer
omnipotentemente a todas sus necesidades[5].
Por lo tanto, es de fundamental importancia que la madre pueda
"fallar", en el sentido de renunciar a una adaptación casi absoluta
(necesaria en un primer momento), en la medida en que el bebé va conquistando
cierta autonomía a partir de su necesidad de existir como fenómeno autónomo y
separado. Si todo va bien, lo mas normal es que la madre empiece a rescatar sus
intereses personales (marido, profesión, actividades culturales, etc). Así,
poco a poco la madre introduce "traumas necesarios", los cuales son
administrados de forma que no provoquen una ruptura brusca en la continuidad
existencial del bebé. En otros términos: poco a poco la madre se permite
"fallar", en el sentido de ir disminuyendo el grado de adaptación a
las necesidades de su hijo.
Se podría preguntar cómo una madre, que no estudió estas cuestiones,
puede saber cuales son las necesidades de su hijo en los diferentes momentos de
su desarrollo. Es muy conocida -incluso popularmente- la sensibilidad de la
madre en lo que se refiere a la relación con su hijo, sobre todo en los
primeros meses después del parto. A este estado especial Winnicott (1987; 57)
denominó "preocupación maternal primaria". En este estado, la madre
adquiere una gran capacidad para ponerse en el lugar del bebé y casi perderse
en esta identificación (Winnicott; 1987; 125); y será a partir de ésta que ella
podrá detectar las necesidades del lactante. Generalmente, las madres son
capaces de "meterse" en esta "comunicación silenciosa" sin
perder la propia identidad (Winnicott; 1989; 308). Esta comunicación se da,
fundamentalmente, a través del ritmo e intensidad de la respiración,
movimientos, calor y tensiones corporales, latido del corazón, etc. En términos
generales, se podría decir que se trata de una comunicación física[6].
Esta comunicación silenciosa, pre-verbal, es muy importante para
que las necesidades básicas del bebé puedan ser atendidas. En este momento
primordial, el manejo y la contención corporal son los principales recursos que
la madre dispone para realizar esa tarea o "función de yo auxiliar".
Si la madre no es capaz de captar la comunicación y ofrecer
alguna respuesta a las demandas del bebé, el mismo experimentará angustias muy
primitivas, a saber: Partirse en pedazos, sensación de caída interminable,
total aislamiento y desesperanza, y separación entre psique y cuerpo
(Winnicott; 1987; 115 y 131). Básicamente, serían éstas las angustias que
caracterizan los estados psicóticos, y sobre todo la esquizofrenia (Winnicott;
1971; 95 y 1987; 134). En lo que se refiere al desarrollo emocional primitivo,
y las angustias que pueden surgir en este momento, Winnicott comenta que:
"(...) No puedo repetir aquí todo lo que se ha escrito
acerca de los detalles del desarrollo emocional primitivo, pero sí decir que
éste incluye tres tareas principales: integración del yo, establecimiento de la
psique en el cuerpo, y formación de relaciones objetales. Con ellas se
corresponden, aproximadamente, las tres funciones de la madre: sostén, manejo y
presentación de objetos" (1987; 59).
Freud (1923; 27s) ya había advertido que al principio el Yo es,
fundamentalmente, un Yo corporal, pues será a partir de las sensaciones
corporales que el bebé empezará a reconocer una "superficie" que
separa el mundo interno del externo, o el Yo, del no-Yo. Las funciones maternas
que posibilitan este desarrollo son la contención y el manejo[7]. Al
comienzo -debido a la dependencia casi absoluta del bebé en función de la
debilidad de su organización yóica y su coordinación motora- se podría decir
que la contención y el manejo están estrechamente vinculados a la función de yo
auxiliar.
Por ejemplo: el bebé se siente físicamente desamparado (angustia
de caída interminable) y no posee una organización yóica capaz de contener esa
angustia. En este momento, la madre se aproxima y le coge en brazos
(contención), o sea: realiza la tarea que el Yo del bebé no fue capaz de
realizar en este momento. La necesidad de que la madre ejerza esta función de
Yo auxiliar disminuye poco a poco, en la medida en que el propio Yo del sujeto
se hace capaz de organizar defensas que contengan estas angustias.
La no-integración del Yo es un estado normal al principio de la
vida del lactante, que en este momento presenta una dependencia casi absoluta
en relación al ambiente. En este momento inicial, se establece una comunicación
fundamentalmente física y silenciosa entre la madre y el bebé, el cual se
encuentra mas en el campo de la necesidad (debido a su dependencia) que del
deseo. Para atender a estas necesidades la madre dispone fundamentalmente de
recursos corporales (contención y manejo). Claro que el éxito de este proceso
depende de la cualidad afectiva con que la madre utiliza estos recursos... no
basta con ser una madre-enfermera[8].
Será a partir de esa relación con la madre, entre otra cosas,
que el bebé empezará a delimitar un adentro (cuerpo, mundo interno) y un afuera
(mundo externo), lo que contribuye a la integración del Yo y viceversa. Si este
proceso se da de una forma mínimamente satisfactoria, el bebé tendrá acceso al
sentimiento de "personalización" o "residencia", o sea: de
una psique que reside en un cuerpo. En este sentido, es importante subrayar que
el desarrollo normal de este proceso depende de la capacidad de la madre para
"sumar su participación emocional a la que es originalmente física y
fisiológica" (Winnicott; 1989; 315). La participación exclusivamente
física y fisiológica es uno de los aspectos que caracteriza a la madre del
psicótico.
Otro aspecto importante, en este proceso que conduce a la
personalización y al sentimiento de "Yo Soy", estriba en la función
especular de la madre.
"(...) Podemos considerar a la cara de la madre como el
prototipo del espejo. El bebé se ve a sí mismo en la cara de la madre. Si la
madre está deprimida, o preocupada por algún otro asunto, entonces, por
supuesto, lo único que ve el bebé es una cara" (Winnicott; 1987; 133).
La posibilidad de reconocerse en ese otro especular contribuirá
al sentimiento de unidad, fundamentalmente corporal, del bebé. De esta forma,
la unidad sentida en función de la contención y manejo corporales, también
podrá ser vista en el rostro de la madre a través de la función especular que
ella ejerce (Waelhens; 1972; 69). Si es cierto que ese otro, que el bebé ve en
el rostro de la madre, es él mismo, también es cierto que la actitud emocional
de la madre contribuirá establecimiento de esta imagen de sí mismo. Por
ejemplo: el bebé siente angustia. Si al ver la cara de la madre, percibe
tranquilidad y serenidad (que también serán comunicadas a través de la
respiración, intensidad con la que sujeta el bebé, etc), esto dará las bases
para el sentimiento de confianza en si mismo y en el otro (mundo externo)[9]. De
esta forma, la madre oscila entre ser lo que el bebé espera encontrar (o sea: a
sí mismo), y ser ella misma.
Como había dicho, el comienzo del desarrollo se caracteriza por
un estado de fusión entre el bebé y la madre (mundo externo). En este momento,
la dependencia casi absoluta del bebé se contrapone a su ilusión de control
omnipotente, que será reforzada por la devoción y adaptación casi absoluta de
la madre.
En el estado de fusión, el bebé no es capaz de percibir la
realidad externa como algo real, separado de sí mismo y fuera de su control
omnipotente. Para el lactante, lo único que puede ser experimentado como real
es aquello que él es capaz de alucinar, y que estará necesariamente bajo su
control omnipotente. Por lo tanto, es muy importante que la madre sea capaz de
reforzar esa ilusión de omnipotencia, pues será ella la que dará las bases para
el sentimiento de que el mundo pueda ser sentido como algo real. Un fallo
significativo de este proceso puede conducir a los estados confusionales (mundo
irreal), que caracterizan a la psicosis y sobre todo la esquizofrenia.
Podríamos ilustrar este proceso de la siguiente forma: el bebé
siente hambre y alucina, omnipotentemente, un pecho que le alimenta. En este
momento, viene la madre y le da el pecho real, lo que confirma su ilusión de
omnipotencia y la ilusión de que el pecho real (externo) es algo que fue
omnipotentemente creado por él. De esta forma, la madre establece una
yuxtaposición entre lo que el bebé alucina y la realidad externa. Por lo tanto,
podríamos decir que hay un estadio del desarrollo normal en el cual el bebé
debe sentirse como si fuera un Dios, en el sentido de que todo lo existente, y
todo lo que ocurre, fue creado y determinado por él. Eso solo es posible
gracias a la adaptación casi absoluta de la madre, que está presente para
ofrecerle aquello que él espera encontrar. De esta forma, se establece un
primer vínculo entre el mundo interno (alucinación) y el externo. En vez de
enseñar el mundo real a su hijo, la madre contribuirá a que él mismo construya
un mundo. Esta será la base para lo que vendrá después, o sea: el principio de
realidad[10].
Parecería haber aquí una contradicción, pues he dicho que la
base del principio de realidad está dada por la posibilidad del bebé de
confirmar sus alucinaciones y su ilusión de omnipotencia. En este sentido, es
importante recordar que "Para que a un objeto exterior se lo sienta real,
la relación con él debe ser la relación con una alucinación" (Winnicott;
1989; 73). Será a partir de esa relación primordial que el bebé tendrá acceso a
una relación de objeto, en la cual se establece un primer "vínculo"[11]
entre mundo interno (alucinación) y externo (pecho, madre). Ello fue posible
gracias a la capacidad de la madre para ilusionar el bebé a través de una
adaptación casi absoluta a sus necesidades.
Después de haber ilusionado, la madre inicia el proceso de
desilusión a través de una gradual disminución de su grado de adaptación a las
necesidades de su hijo, en la medida en que el mismo va adquiriendo recursos
yóicos para hacer frente a la frustración. Winnicott (1989, 178s y 256) diría
que la madre empieza a "fallar". En este caso, se trata de fallas
necesarias, que deben darse de forma gradual, en la medida en que el bebé pasa
de la dependencia absoluta a la dependencia relativa.
Cada vez que la madre falla, esto supone un "trauma"
en la continuidad existencial del bebé, el cual se encuentra ante la posibilidad
de perder el objeto idealizado, que siempre satisface a sus necesidades y nunca
falla. Por otro lado, si la madre es capaz de realizar este proceso de
desadaptación, o desilusión, de una forma gradual, estas fallas podrán ser
reparadas. En este caso, la falla no generaría un trauma o, en otros términos,
se trataría de un "trauma adaptativo necesario". El aspecto positivo
de este proceso es que con él el individuo empieza a adquirir la capacidad para
la ambivalencia, o sea: es capaz de amar y odiar sin que el odio amenace, de
forma avasalladora, al objeto amado (Winnicott; Idem). El sujeto es capaz de
soportar estos "traumas", y aceptar la ambivalencia, gracias a la
confiabilidad que el objeto conquistó en el proceso de ilusión.
Por otro lado, es importante resaltar que la capacidad para la
ambivalencia, del hijo, depende de la capacidad para la ambivalencia de la
madre. Cada vez que falla, la madre tiene la posibilidad de expresar el odio
que siente hacia su hijo. Sin embargo, si es capaz de aceptar la ambivalencia,
podrá reparar esta falla apoyándose en su amor hacia él. De esta forma, el odio
puede ser usado por la madre de una forma constructiva, pues le permite
desilusionar el bebé y, consecuentemente, que el mismo tenga acceso a la
ambivalencia, es decir: la madre permite que su hijo la odie. Muchas veces la
madre no puede fallar porque teme la destructividad de su odio. En este caso,
encontrará dificultades para desilusionar al bebé.
La desilusión es un momento adaptativo fundamental para que el bebé
pueda salir del estado de fusión (simbiosis) y relacionarse con objetos
externos a partir del reconocimiento de la exterioridad de los mismos. Se trata
de una cuestión bastante obvia: si mantiene la fusión y la ilusión de
omnipotencia, el bebé nunca sentirá la necesidad de interaccionar con el mundo
externo, pues seguirá creyendo en la existencia de ese objeto idealizado que
satisface a todas sus necesidades de una forma mágica; creerá que, para que
algo ocurra, basta con que él lo necesite. Por otro lado, la
"quiebra" del objeto idealizado, a través de la desilusión,
contribuye a que el sujeto empiece a darse cuenta de que, para satisfacer a sus
necesidades, tendrá que hacer cosas.
La manipulación de objetos externos tiene su origen en el vacío
provocado por la quiebra del objeto idealizado. Si todo va relativamente bien,
las primeras manipulaciones de objetos externos abrirá el camino que conduce a
las relaciones sociales y producciones culturales, en donde la destructividad
puede ser usada de forma constructiva. De lo contrario, nos encontraremos ante
la alienación mental y social, la imposibilidad de crear, producir,
relacionarse y amar. Al convertirse en un callejón sin salida, la locura que
posibilita crear se transforma en enfermedad mental.
El éxito del proceso de desilusión depende del éxito del proceso
de ilusión, en el cual la constancia de los cuidados maternos posibilitó la
formación de una imagen psíquica de la madre. Después, el proceso de desilusión
gradual proporciona una "memoria" al bebé, en el sentido de que la
frustración tiene un límite de tiempo y por ello puede ser tolerada. En otros
términos, se podría decir que la constancia de los cuidados maternos
determinará el grado de sentimiento de confianza en la realidad externa e interna
(impulsos agresivos, etc).
Podríamos ilustrar este momento de la siguiente forma: el bebé
siente hambre (o cualquier otra necesidad) y en este momento la madre no está
presente para satisfacer esta necesidad; o puede que esté presente, pero
ocupada con otros asuntos. Aquí, su ilusión de control omnipotente sufrirá un
golpe, pues tendrá que esperar a que la madre esté presente y disponible. La
angustia que esta espera provoca podrá ser tolerada gracias a la representación
psíquica de la madre ("memoria"), la cual "acompaña" al
bebé durante el tiempo de espera. Al comienzo, la capacidad de retención de
esta representación psíquica de la madre es bastante limitada, y una demora
excesiva puede provocar una ruptura en la continuidad existencial del bebé
(trauma) y una pérdida de confianza en la realidad externa e interna, pudiendo
convertirse posteriormente en sentimientos persecutorios.
Por otro lado, si todo transcurrió de una forma mínimamente
satisfactoria en la etapa anterior (ilusión), y la demora no es excesiva, el
bebé podrá soportar esa espera, pues "sabe" (confía), -gracias a la
constancia de los cuidados maternos- que la madre vendrá. En este sentido, es
fundamental que la madre sepa atender a los diferentes niveles de necesidades
de su hijo en la medida en que el mismo va conquistando una mayor integración
yóica (coordinación motora, memoria, defensas psíquicas, etc) y una mayor
autonomía (física y psíquica).
Partamos del principio de que hay en todo ser humano "una
tendencia innata al crecimiento y la evolución" (Winnicott; 1989; 234) o,
en otros términos, una tendencia innata a constituirse en cuanto individuo
(integración del yo, identidad, autonomía, etc). Sin embargo, esto no garantiza
ningún resultado en este sentido, y todo dependerá de la interacción entre esta
tendencia innata y un "ambiente facilitador" satisfactorio. Al
comienzo, el ambiente facilitador es fundamentalmente la madre, la cual
administrará su adaptación según los diferentes momentos de la evolución física
y psíquica de su hijo.
El proceso de ilusión posibilita que el objeto (pecho, madre)
gane importancia en el mundo afectivo del bebé; podríamos decir: el objeto está
catectizado (relación de objeto) gracias a su vinculación con la alucinación.
En este momento, el bebé todavía no es capaz de reconocer la exterioridad del
objeto, pues el mismo se encuentra fusionado y bajo su ilusión de control
omnipotente. Por lo tanto la relación de objeto podría ser descrita en términos
del individuo aislado, en el sentido de que no reconoce y no se relaciona con
el mundo externo en cuanto tal, con una naturaleza propia y una dinámica
autónoma; en otros términos: hay relación de objeto, pero no interacción con el
mismo; el objeto ganó valor afectivo en el psiquismo del sujeto, pero no puede
ser "usado" por él.
Para pasar de la relación de objeto al uso del mismo, el bebé
tendrá que colocarle fuera de su zona de control omnipotente, o sea: tendrá que
destruir el objeto idealizado de su fantasía omnipotente para que el objeto
externo sea reconocido como algo que forma parte de la realidad compartida.
Para usar el objeto hay que reconocer su naturaleza (exterioridad) y su
conducta autónoma (Winnicott; 1971; 119-123). Este pasaje de la relación al
uso, y del estado de fusión al de diferenciación Yo/no-Yo, solo es posible si
la tarea de ilusión-desilusión fue realizada por la madre de una forma
mínimamente satisfactoria.
Si el proceso de ilusión se dio con cierta normalidad, poco a
poco el bebe va conquistando una mayor organización yóica y autonomía, lo que
determinará su necesidad de existir en cuanto fenómeno separado de la madre. Si
la misma es capaz de tolerar esa separación, podrá desilusionar a su hijo y
aceptar que él la destruya en su fantasía. Se trata aquí de destruir a esa
madre omnipotente e idealizada -necesaria en un primer momento- para poder
encontrar a la madre real perteneciente a la realidad compartida. Si no soporta
la frustración de no ser una madre omnipotente e idealizada -o adopta una
postura de sobreprotección debido a su temor a desilusionar (odiar) a su hijo-
impedirá que el mismo conquiste una mayor autonomía y tenga una identidad
propia, pues no podrá salir del estado de fusión (simbiosis).
Por otro lado, el éxito de ese proceso posibilitará el pasaje de
la relación al uso. Para poder usar el objeto, el bebé tendrá que colocarle
fuera de su zona de control omnipotente, o sea: tendrá que destruir el objeto
idealizado en su fantasía inconsciente.
"(...) Tiene importancia destacar que no se trata solo de
que destruye el objeto porque este se encuentra fuera de la zona de control
omnipotente. Asimismo interesa señalar esto desde el ángulo opuesto, y decir
que la destrucción del objeto es la que lo coloca fuera de la zona de control
omnipotente del sujeto(...)" (Winnicott; 1971; 121s).
Es importante señalar que se trata de destruir el objeto en la
fantasía inconsciente, aún cuando ésto resulte en ataques dirigidos hacia la
madre real. En este sentido, es muy importante que el objeto externo (en un
primer momento, la madre) sobreviva a los ataques. La secuencia del proceso
sería la siguiente: 1) el bebé se relaciona omnipotentemente con el objeto a
través de la alucinación e ilusión de control omnipotente, estableciendo una
relación de objeto; 2) destruye el objeto idealizado -en la fantasía-para que
el mismo sea exterior (fuera de la zona de control omnipotente); 3) el objeto
exterior sobrevive al ataque; y 4) el sujeto puede usar el objeto.
"(...) gracias a la supervivencia del objeto el sujeto
puede entonces vivir una vida en el mundo de los objetos, cosa que le ofrece
inmensos beneficios; pero es preciso pagar el precio, en forma de la aceptación
de la creciente destrucción en la fantasía inconsciente vinculada con la
relación de objeto" (Winnicott; 1971; 122).
El objeto es destruido porque es real y, a la vez, se hace real
porque fue destruido. Si todo va bien, el objeto -fusionado, indiscriminado e
idealizado- es destruido en la fantasía, haciendo que la realidad del objeto
superviviente sea sentida en cuanto tal, o sea: en cuanto algo que forma parte
de la realidad externa compartida, que se encuentra fuera de la zona de control
omnipotente. Aquí se abre la posibilidad para el sujeto de relacionarse con el
mundo y amar a objetos reales o, en otros términos, ahora puede usar los
objetos.
Volviendo al tema de las funciones que la madre desempeña -sobre
todo al comienzo- se podría decir que su principal tarea en este momento es
sobrevivir a los ataques de su hijo. A nivel concreto, estos ataques se
manifiestan sobre todo cuando el bebé muerde, araña, tira de los pelos,
patalea, etc. Estos ataques no tienen nada que ver con el odio provocado por la
frustración que el principio de realidad impone. Por lo contrario, se trata de
una agresividad innata que crea la cualidad de exterioridad al colocar el
objeto fuera de la zona de control omnipotente del sujeto. Se podría decir que
las tendencias naturales a la integración del Yo conducen el individuo a
destruir el objeto idealizado. El ataque con ira pertenece a un momento posterior
del desarrollo (Winnicott; 1989; 271).
La destrucción a la que me refiero aquí es una destrucción
natural, propia del desarrollo psíquico normal. De hecho, se trata de una
destrucción potencial, cuyo "objetivo" es encontrar la exterioridad
del objeto para que el mismo pueda ser usado y amado. El sujeto destruye el
objeto y, si todo va bien, el mismo sobrevive al ataque. Lo importante es que
el objeto externo sobreviva; ésta es la principal tarea de la madre en este
momento. En este sentido, sobrevivir significa no adoptar una actitud
taliónica, de venganza, o moralista, ante el ataque. Se trata de una
destrucción potencial porque la destrucción real solo ocurre si el objeto
externo no sobrevive[12].
Si la madre es capaz de sobrevivir, el bebé se sentirá contenido
en lo que se refiere a su agresividad, abriéndose el camino para que la misma
pueda ser empleada de forma constructiva. Se podría decir que en un primer
momento es la destrucción lo que posibilita al bebé construir un mundo con el
cual puede vincularse afectivamente. En un momento posterior, esa agresividad
podrá ser usada en el campo de las actividades sociales y culturales. Por otro
lado, si la madre no sobrevive -y adopta una actitud moralista o retaliativa-,
el bebé sentirá su agresividad como "algo que no puede ser contenido, o
algo que solo es posible conservar en la forma de una posibilidad de ser objeto
de ataque" (Winnicott; 1989; 271). Aquí tenemos un punto de vista
interesante para pensar las fantasías y delirios persecutorios.
Es interesante observar cómo los lazos afectivos -entre dos
amigos o una pareja, por ejemplo- se intensifican después de una intensa pelea
en la cual ambos "se destruyen mutuamente". Claro que es fundamental
que ambos sobrevivan a estos ataques mutuos. De la misma forma, la
intensificación de los lazos afectivos es la "recompensa" que la
madre recibe por haber sobrevivido a los ataques de su hijo. Para ser amada, la
madre debe contribuir a que su hijo la coloque fuera de su zona de control
omnipotente y viceversa, o sea: para amar a su hijo tendrá que colocarle fuera
de su zona de control omnipotente y reconocerlo en cuanto ser autónomo y
separado de sí misma. En otros términos: la madre también tendrá que destruir a
su hijo en la fantasía, así como tolerar la frustración por tener que abandonar
el lugar de madre omnipotente e idealizada. Fundamentalmente, entre otras
cosas, ésta es la tarea que las madres de los psicóticos no logran realizar.
Por otro lado, si todo va bien, la madre se encontrará ante la
tarea de "administrar" el odio, que siente hacia su hijo, sin adoptar
una actitud -taliónica, vengativa- que amenace la continuidad existencial del
mismo. En este sentido, quisiera resaltar algunos de los motivos por los cuales
una madre odia a su bebé:
1) El bebé constituye un peligro para el cuerpo de la madre
durante el embarazo y el parto. Además, muchas veces le hace daño, sobre todo
en el pecho.
2) Interfiere en la vida privada de la madre, la cual tendrá que
sacrificar, sobre todo al comienzo, gran parte de sus intereses personales.
3) El bebé nunca es exactamente cómo la madre esperaba que
fuese.
4) Debido a su "amor cruel", o a su "crueldad
inocente", el bebé trata a la madre como si fuese una esclava: lo único
que le interesa es satisfacer a sus necesidades.
5) Al principio, debido a su fragilidad, el bebé domina la
relación casi completamente, exigiendo una adaptación casi absoluta de la madre
a sus necesidades[13]
(Winnicott; 1958; 276s).
A pesar de ello, si es lo "suficientemente buena", la
madre no adoptará una actitud vengativa, pues "sabe" que todos estos
esfuerzos y sacrificios son fundamentales para la salud física y psíquica de su
hijo; pero no por ello dejará de odiarle.
Es interesante observar cómo las canciones de cuna ofrecen una
"válvula de escape" para el odio que la madre -así como el padre-
siente hacia su hijo. En este sentido, Winnicott (1938, 277) da el siguiente
ejemplo:
"Duérmete niño en la copa del árbol,
Cuando el viento sople la cuna se mecerá
Cuando la rama se rompa la cuna caerá,
Caerá el niño, con cuna y todo."
En Brasil, hay una canción de cuna que dice:
"Duérmete niño, que el monstruo vendrá a por ti,
Papá se fue al campo,
Y la mamá ahora vuelve".
Claro que el bebé jamás dormiría si entendiese el significado de
estas canciones. Si duerme, es debido al balanceo del cuerpo de la madre y a la
dulce melodía que encubre la monstruosidad del significado de las letras.
Además, esta última canción habla del deseo de los padres de abandonar a su
hijo ("Papá se fue al campo, y la mamá ahora vuelve"). De esta forma,
a la vez que descargan parte de su odio, los padres mantienen una relación
amorosa y protectora con el bebé (esta protección no estará presente en la
letra de la canción, pues los padres estarán ausentes cuando el monstruo
venga).
Por otro lado, si observamos a los padres jugando con su hijo,
encontramos que éste no se da cuenta de cómo aquellos expresan su odio a través
de palabras, gestos, etc. En este sentido, se podría decir que el juego y el
humor son recursos bastante satisfactorios, y socialmente aceptados, en lo que
se refiere a la expresión constructiva del odio. Supongo que más de uno ya
habrá oído a un padre, o una madre, decir a su hijo: "te quiero tanto que
me entran ganas de estrangularte cuando te abrazo". Se puede ver, en una
frase como ésta, de qué forma el amor y el odio caminan juntos. La aceptación
afectiva -y no la racional- de esta condición es lo que posibilita el acceso a
la ambivalencia amor-odio.
Otra forma de emplear el odio de un modo constructivo es a
través del proceso de desilusión llevado a cabo por la madre, en un primer
momento, y posteriormente por el padre, la familia en general y otros grupos
sociales. Si la madre puede aceptar la ambivalencia, entonces podrá fallar y
desilusionar a su hijo de una forma gradual y adaptativa, según los diferentes
momentos de su desarrollo. Si estas fallas no son demasiado excesivas y
traumáticas, entonces podrán ser reparadas por la madre, la cual vuelve a
ilusionar a su hijo tras haberle desilusionado. Este proceso, junto con la
creciente integración del Yo, permite que el bebé tenga acceso a la
ambivalencia, es decir: reconocer que el objeto amado es el mismo que es odiado
y viceversa o, en otros términos, que el objeto que ilusiona (satisface a las
necesidades) es el mismo que desilusiona (frustra).
Otro factor fundamental, que posibilita el acceso a la
ambivalencia, es el sentimiento de confianza. El individuo puede atacar y odiar
el objeto, pues confía en su capacidad para sobrevivir, es decir: no adoptar
una actitud taliónica o moralista ante el ataque.
Si el proceso de ilusión-desilusión es lo suficientemente
satisfactorio, poco a poco el bebé va saliendo del estado de fusión primitivo y
teniendo acceso al reconocimiento de la exterioridad del mundo compartido, que
se encuentra fuera de su zona de control omnipotente. En otros términos: pasa
de la relación de objeto a la posibilidad de usar a los objetos. Estas
transiciones son posibles gracias a la posibilidad del bebé de encontrar
sustitutos de la figura materna, o sea: objetos externos que representan a la
madre.
2- Objetos y
fenómenos transicionales
Hemos visto cómo el proceso de ilusión-desilusión posibilita al
bebé realizar una serie de transiciones en lo que se refiere a su desarrollo
emocional y su relación con el mundo externo. Las principales transiciones son:
1) Transición de un objeto subjetivo a una percepción objetiva
del objeto: en el estado de fusión, la realidad del objeto externo equivale a
la realidad de una alucinación. El bebé crea un mundo externo a partir de su
mundo interno, pero sin reconocer la exterioridad y objetividad del primero.
Poco a poco, en la medida en que va conquistando una mayor organización yóica,
empieza a reconocer la exterioridad del objeto, que pasa a ser percibido
objetivamente.
2) Transición del control omnipotente sobre el objeto a la
renuncia a ese control: el reconocimiento de la exterioridad del objeto, así
como de su autonomía, implica la pérdida de la ilusión de control omnipotente
sobre el mismo y viceversa.
3) Transición de la relación al uso del objeto: la relación de
objeto es el resultado de un proceso en el cual el mundo externo se hace
significativo para el bebé, debido a su relación con la alucinación. Sin
embargo, en la relación de objeto el objeto externo todavía se encuentra
fusionado y bajo su control omnipotente. En la medida en que el objeto es
colocado fuera de esa zona de control omnipotente -y el objeto idealizado es
destruido en la fantasía-, poco a poco el bebé inicia la transición que va de
la relación al uso del objeto. Para ser usado, el objeto tendrá que ser
percibido objetivamente, como algo externo y con una dinámica y características
propias (Winnicott; 1989; 72ss).
Sin embargo, es importante señalar que ningún ser humano termina
de realizar esas transiciones que inician en la primera infancia. La tensión
conflictiva entre realidad interna y externa, y lo subjetivo y lo objetivo, es
algo que nos acompaña toda la vida. La diferencia fundamental se da cuando, al
salir del estado de fusión primario (simbiosis), se abre la posibilidad de
pasar de la relación al uso del objeto. Es en este campo de los fenómenos
transicionales en el cual se abren las posibilidades de "acuerdos"
entre la realidad interna y externa, y entre lo subjetivo y lo objetivo. El
resultado de estos "acuerdos" son las producciones sociales y
culturales que, desde este punto de vista, nacen de la conjunción entre lo más
primitivo y lo más "civilizado" de cada ser humano[14].
Retomando esta cuestión desde el punto de vista del desarrollo
emocional primitivo, se ha observado que entre los cuatro y los doce meses el
bebé inicia una serie de juegos de manipulación con objetos externos
(Winnicott; 1971; 21). En este momento, ya ha logrado cierta capacidad para
reconocer la exterioridad del objeto, pues ha trazado un primer
"bosquejo" de la diferenciación entre el Yo y el no-Yo, y entre el
mundo interno y el externo. Esta primera diferenciación es fundamentalmente
corporal y ofrece al bebé los primeros fundamentos de la noción de límites
(dentro/fuera). La ilusión de control omnipotente perdió su fuerza o, en otros
términos, ya no se trata de una ilusión absoluta. La gradual desadaptación
(desilusión) de la madre, que acompaña la creciente organización yóica del
bebé, le ha proporcionado un primer acceso hacia la diferenciación y el
establecimiento de una identidad propia, separada de la madre.
Durante el desarrollo de estos juegos de manipulación, es muy
común que el bebé elija a un objeto con el cual establece un intenso vínculo
afectivo. Ese objeto puede ser una frazada, un osito, etc, con el cual
establece una relación fundamentalmente oral, sobre todo al comienzo. Se suele
decir que ese objeto es la "primera posesión no-Yo" del bebé o, en
otros términos, el primer objeto exterior que él puede usar y reconocer en
cuanto algo que se encuentra fuera de su zona de control omnipotente, es decir:
algo "distinto de mi". Por el hecho de ser encontrado por el bebé en
ese momento de transición, a ese objeto se le denominó "objeto
transicional".
En un primer momento, la madre posibilitó al bebé sentir que la
realidad externa puede ser real, debido a su vinculación con la alucinación.
Esa sería una de las principales tareas del proceso de ilusión, que consiste en
una adaptación casi absoluta a las necesidades del bebé. Después, poco a poco
la madre se adapta de una forma menos completa, en la medida en que su hijo
puede soportar esa retirada materna. Por otro lado, la constancia de los
cuidados maternos -junto con la creciente organización yóica- contribuyó a que
el bebé creara una representación psíquica de la madre, que la reemplazará
durante su ausencia física. Este proceso deriva de la creciente capacidad del
bebé para usar símbolos. Si todo va bien, el objeto transicional será la
primera manifestación de esa capacidad para simbolizar, y representará a la
madre (Winnicott; 1989; 73).
Es importante subrayar que el objeto transicional no se
encuentra adentro, en el mundo interno del bebé; pero que, para éste, tampoco se
encuentra afuera, en el mundo externo. Los objetos y fenómenos transicionales
se dan en una "zona intermedia de experiencia", en la cual interviene
la realidad interna y la externa. Se trata de un "estado intermedio entre
la incapacidad del bebé para reconocer y aceptar la realidad, y su creciente
capacidad para ello. Estudio, pues, la sustancia de la ilusión, lo que
se permite al niño y lo que en la vida adulta es inherente del arte y la
religión, pero que se convierte en el sello de la locura cuando un adulto exige
demasiado de la credulidad de los demás cuando los obliga a aceptar una ilusión
que no les es propia" (Winnicott; 1971; 19). Es como si el bebé dijera:
"Aquí está el mundo externo que he creado". Por lo tanto, esta zona
intermedia, en la cual se encuentran los objetos y fenómenos transicionales, es
una zona de experiencia que está libre de ataques, pues nadie preguntará al
bebé si el objeto transicional fue concebido por él o si ya existía antes de
que lo encontrara (Winnicott; 1971; 30). La pregunta no debe de ser formulada,
porque lo importante es aceptar la paradoja. Para el bebé, no se trata de una
realidad interna: el objeto transicional no es una alucinación; pero tampoco se
trata de una realidad externa.
En la zona intermedia de experiencia "contribuyen la
realidad interior y la vida exterior. Se trata de una zona que no es objeto de
desafío alguno, porque no se le presentan exigencias, salvo la de que exista
como lugar de descanso para un individuo dedicado a la perpetua tarea humana de
mantener separadas y a la vez interrelacionadas la realidad interna y la
exterior" (Winnicott; 1971, 19).
Una madre "lo suficientemente buena" permitirá que su
hijo permanezca en esta zona intermedia, en la cual se yuxtaponen realidad
interna y externa. Es en esta zona intermedia en donde el individuo iniciará
las transiciones que van de lo subjetivo a lo objetivamente percibido, del
control omnipotente a la renuncia a ese control, y de la relación al uso del
objeto. Se trata de una zona en donde la ilusión está permitida y, si la madre
fue capaz de brindar un ambiente confiable, se abre el camino que conduce al
principio de realidad y la interacción con la realidad externa.
He dicho que las principales funciones de la madre son la
contención, el manejo y la presentación de objetos. Las dos primeras
contribuyeron fundamentalmente en el establecimiento del mundo interno del bebé
y su organización e integración yóica. Sin embargo, en la medida en que
establece un "dentro" y un "fuera", la función de presentar
objetos gana importancia. Se trata de brindar al bebé la posibilidad de
encontrar objetos que no sean él mismo (su dedo, etc) o la propia madre[15].
En el desarrollo normal, el bebé acaba encontrando objetos a los
cuales se vincula afectivamente. Este vínculo se da porque el objeto
transicional representa a la madre (o el pecho) internalizada y, de forma
indirecta, a la madre externa. En este sentido, el objeto transicional es un
sustituto de la madre; "Nunca se encuentra bajo el dominio mágico, como el
[objeto] interno, ni está fuera de ese dominio como ocurre con la madre
verdadera" (Winnicott; 1971; 27). Es importante subrayar que el objeto
transicional representa a la madre y, en este sentido, es "testigo"
de la ruptura de la fusión primitiva y de la creciente capacidad del bebé para
usar símbolos. Sin la ruptura de la fusión, el bebé jamás hubiese necesitado
sustitutos de la madre y, por lo tanto, jamás hubiese necesitado interactuar
con objetos externos. Esto es lo que encontramos en muchos casos de enfermedad
mental bajo los términos de alienación mental, autismo, etc.
En el estado de fusión inicial, el psiquismo del bebé funciona
bajo el principio de la inmediatez debido, entre otras cosas, a su incapacidad
para usar símbolos y su ilusión de control omnipotente -reforzada por la
adaptación casi absoluta de la madre-. Si el objeto no está allí para
satisfacer sus necesidades, el bebé alucina un objeto que lo haga
inmediatamente (principio del placer). Sin embargo, si el objeto externo tarda
mucho, incluso la alucinación se hace insuficiente. En este caso, el bebé
"experimentará" angustias muy primitivas e intensas o, como diría
Winnicott (1971; 131), "angustias impensables".
Por otro lado, en la medida en que transcurre el proceso de
ilusión-desilusión, el bebé va estableciendo una organización yóica, que le
posibilita una primera diferenciación entre "dentro" y
"fuera", entre mundo interno y externo. En este contexto, gracias a
la constancia de los cuidados maternos, y la confiabilidad de los mismos, el bebé
puede formar una representación psíquica de la madre, lo que hace posible la
espera en lo que se refiere a la satisfacción de sus necesidades, pues confía
en que la madre llegará a tiempo.
En la medida en que va saliendo del estado de fusión el bebé "se
da cuenta" de que, para satisfacer sus necesidades, no basta con pensar y
desear (o necesitar). La progresiva desadaptación de la madre, y la creciente
organización yóica del bebé, conducen a que las alucinaciones y la ilusión de
control omnipotente ya no puedan ser confirmadas. La madre frustró (desilusión)
a su hijo en lo que se refiere a satisfacer plenamente -o casi- todas sus
necesidades, y eso contribuyó a que el mismo estableciera una primera
diferenciación entre mundo interno y externo. En la medida en que ese proceso
de desarrolla, el bebé pasa de la ilusión de control omnipotente al deseo de
controlar el mundo externo. Se podría decir, en este sentido, que el deseo es
el heredero de la ruptura de la fusión inicial. Será este deseo el que "empujará"
el niño a que busque objetos externos y se relacione con ellos.
El desarrollo suficientemente satisfactorio de los fenómenos
transicionales depende, entre otras cosas, del sentimiento de confianza que la
madre inspire en su hijo. La confianza se da, fundamentalmente, debido a la
adaptación casi absoluta de la madre, que proporciona al bebé la posibilidad de
experimentar la omnipotencia -necesaria en un primer momento-. Por otro lado,
cuando la madre desilusiona a su hijo, éste puede gozar de experiencias basadas
en el "matrimonio" entre la omnipotencia de los procesos psíquicos y
su capacidad de dominar la realidad. Este "matrimonio" caracteriza a
la zona intermedia de experiencia en la cual el individuo puede establecer una
relación creativa con la realidad, lo que es distinto de adaptarse pasivamente
a la misma.
BIBLIOGRAFÍA
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institucional", Buenos Aires, Paidós.
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Winnicott, D. y otros,
S.A "Donald W. Winnicott", Buenos
Aires, Trieb, 1978.
[3] En el AcT de psicóticos, muchas veces nos encontramos
ante pacientes muy graves, los cuales han "permanecido" en un estadio
muy primitivo del desarrollo psíquico. Estos pacientes suelen presentar una
organización yóica muy despedazada y desintegrada, demandando que el AT se haga
cargo de ciertas funciones que su Yo no es capaz de realizar. En este sentido
-al igual que la madre- el AT acaba ejerciendo una función de Yo auxiliar,
sobre todo al comienzo del tratamiento y en los momentos de crisis. Por otro
lado, también es muy importante que el AT sepa administrar esta función de Yo
auxiliar, brindando oportunidades para que el Yo del paciente se desarrolle.
[4] En el AcT, este sentimiento de confianza tiene que
ver, entre otras cosas, con el encuadre. A pesar de parecer muy desconectados
de la realidad externa, sabemos que el psicótico es muy sensible a los detalles
de la misma. El paciente puede estar muy enfadado con nosotros, y no se nos
ocurre nada que hayamos podido hacer para que eso ocurriera. En algunas
ocasiones, ese enfado puede tener que ver con un simple retraso de cinco
minutos. Así, es muy importante estar atento en lo que se refiere a los
aspectos del encuadre, pues éste ofrece una cierta "previsibilidad del
ambiente" al paciente, lo que contribuye a la contención de su angustia.
También es a través del encuadre que el paciente muchas veces nos "pone a
prueba", para saber si somos confiables, o no.
[5] Muchas veces, nuestros pacientes nos ponen en lugares
muy idealizados y esperan que satisfagamos omnipotentemente a todas sus
necesidades. Este lugar seductor, en el cual uno casi siempre acaba creyendo
que puede ser el objeto idealizado del paciente, muchas veces dificulta nuestra
tarea de desilusionarlo tras haberlo ilusionado. Si el AT no es capaz de
soportar la frustración de no ser ese objeto idealizado, estará haciendo lo
mismo que hace la madre del psicótico y, por lo tanto, no podrá contribuir a
que el paciente conquiste una mayor autonomía.
[6] Muchas veces desatendemos un aspecto fundamental en
lo que se refiere a la comunicación con el psicótico, a saber: que el mismo es
muy sensible a los aspectos no verbales de la comunicación. De nada sirve
decirle al paciente que se tranquilice, si el tono de voz, la tensión corporal,
etc, comunican tensión y nerviosismo. Muchas veces, el contenido verbal es lo
menos importante de nuestras intervenciones, aunque nos cueste creerlo de
verdad. Por otro lado, creo no equivocarme si digo que las comunicaciones mas
importantes del paciente se dan a nivel no verbal. Es muy corriente que
tengamos que hacer un gran esfuerzo para que el paciente hable; pero en muchas
ocasiones no hablará, y no lo hará porque ya nos ha comunicado algo que no
hemos "oído"; no hablará porque nos está poniendo a prueba para ver
si somos capaces de contener la angustia de su silencio. Si somos capaces de
pasar por este momento de la relación y de la comunicación, puede que el
paciente acabe diciéndonos algo.
[10] De la misma forma, cuando el AT sale con el paciente
por lo social, no se trata de enseñarle el mundo, y sí de que, juntos,
construyan un mundo. En otros términos, diría que no se trata de enseñar el
mundo neurótico y esperar que el paciente se adapte a él. Si salimos con el
paciente por el mundo de los neuróticos, es para intentar buscar lugares en
donde pueda construir un mundo habitable para su psicosis. Buscamos, en lo
social, elementos para la construcción de un delirio...o cuantos haga(n) falta.
Si, a fin de cuentas, el paciente acaba encontrando trabajo, vistiéndose bien,
etc, pues bien -siempre que no se trate de una adaptación pasiva a la
realidad-; pero lo que importa es el camino por el cual se obtiene estos
resultados. Según sea, "vestirse bien" puede ser un resultado desfavorable.
[11] Lo pongo entre comillas porque en este momento el
bebé todavía no puede reconocer el mundo externo como algo con existencia
propia, separado de sí mismo y fuera de su control omnipotente. Para poder
vincularse (sin comillas) con el mundo externo, primero tendrá que
"separarse" de él (ruptura de la fusión) y colocarle fuera de su
control omnipotente. Sin embargo, quisiera subrayar que esa primera
"vinculación" entre la alucinación y el mundo externo es fundamental,
pues posibilita que el objeto externo (en un primer momento, la madre) se haga
afectivamente significativo para el bebé, pero en la cualidad de objeto
fusionado, simbiotizado. Posteriormente, el proceso de desilusión posibilitará
que el bebé reconozca a la madre como perteneciente a la realidad externa
compartida, es decir: como algo separado de sí mismo. Lo importante es que para
ser reconocida como algo separado, primero la madre tuvo que ser algo
fusionado.
[12] De la misma forma -sobre todo cuando se trabaja con
pacientes esquizofrénicos muy graves- la principal tarea del AT es sobrevivir.
A veces, el simple hecho de seguir yendo a las sesiones constituye la
intervención más importante -y la única posible-, aún cuando las mismas
resulten aburridas y sin sentido, es decir: aún que parezca que no pasa nada.
La primera tarea del AT es establecer vínculo con el paciente y, si ésto
ocurre, es muy probable que éste lo idealice. Tras haber establecido una
relación de objeto, el paciente tendrá que destruir el AT idealizado, para que
pueda usar el AT real. Esta destrucción implica ataques reales al AT, y es
fundamental que el mismo sobreviva, es decir: que no adopte una postura
moralista o taliónica ante el ataque y, por supuesto, no abandone el
tratamiento. Además, la experiencia clínica, y Winnicott, nos enseña que no se
debe interpretar el ataque cuando este se da. Lo primero es permitir que el
paciente ataque y nos destruya en su fantasía; después se puede hablar de ello.
En la próxima conferencia profundizaré más en esta cuestión.
[13] De la misma forma, el AT necesariamente odiará a su
paciente, y por motivos muy parecidos, es decir: el paciente constituye un
peligro para el cuerpo del AT, interfiere en su vida privada, nunca es como el
AT esperaba que fuese, le trata como a un esclavo, exige una adaptación casi
absoluta, etc. La administración de este odio es muy importante, pues será el
"motor" que posibilitará al AT desilusionar el paciente.
[14] La transición que va de la relación al uso del objeto
es fundamental a la hora de pensar ciertos aspectos del AcT. Si lo que buscamos
es la inserción del paciente en lo social, ésto implica en que el mismo tendrá
que conquistar cierta capacidad para usar a los objetos de la realidad
compartida. Sin embargo, la primera tarea del AT es hacerse significativo en el
mundo psíquico del paciente, el cual incluye al primero en sus relaciones de
objeto. Esto tiene que ver con el primer momento del AcT, a saber: el del
establecimiento del vínculo. Tras haber contribuido al establecimiento de una
relación de objeto, la segunda tarea del AT será contribuir a que el paciente
le use, lo que ya representa un paso fundamental hacia lo social.
[15] Se podría decir que, cuando el AT sale con el
paciente por lo social -o lleva lo social hacia su casa-, lo que está haciendo
es ejercer esta función de presentar objetos. Pero no se trata de
"empujar" al paciente para que establezca vínculos con los mismos, y
sí de mantener una "atención flotante" en el mundo de los objetos
(lugares, personas, cosas) y esperar para ver cuales el paciente elige.
Excelente explicación de Winnicot!!
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