Experiencias y reflexiones sobre Acompañamiento Terapéutico e Innovación en intervención comunitaria
domingo, 30 de octubre de 2011
La agresividad en los grupos. Winnicott y la intersubjetividad. El silencio, el silenciar y el callar
(Articulo publicado en la Revista AREA 3, España, Nº9, 2003)http://www.area3.org.es/htmlsite/publicaciones.asp?step=2&id=1&pstring=1
Leonel Dozza de Mendonça
Introducción
Aunque el eje central de mi esquema de referencia es la Técnica de los Grupos Operativos gestada por Pichon-Rivière, intentaré pensar acerca de la agresividad en los grupos desde el pensamiento de Winnicott. Me basaré fundamentalmente en mí experiencia como coordinador de grupos de formación, aunque creo que estas reflexiones pueden servir para pensar acerca del trabajo con grupos en general.
El trabajo con Grupos Operativos, al emplear la teoría psicoanalítica como herramienta, puede estar contaminado por la técnica psicoanalítica clásica y algunos de sus estereotipos, como pueden ser el empleo sistemático de interpretaciones del silencio, la adopción de una actitud de abstinencia y pretendidamente neutral, la hipervaloración de lo verbal y la desvalorización de la acción, etc.
Una y otra vez he escuchado que en determinados contextos y situaciones no conviene emplear la técnica operativa "clásica", de la misma forma que en determinados contextos y con pacientes graves, no conviene emplear el psicoanálisis clásico. Suena como si se tratara de hacer un "grupo operativo light". Entonces la coordinación ya no interpreta tanto y adopta una presencia más sensible, activa y pedagógica; participa más a modo de "charla", tiene una actitud más distendida y juguetona, ¡incluso contesta a algunas preguntas!, etc.
Según tales criterios, creo que lo que hago son "grupos operativos lights". Sin embargo, Winnicott ha destacado cómo muchas veces las interpretaciones (o determinadas formas de interpretar) pueden resultar
intrusivas y persecutorias; que es posible realizar una labor profunda y efectiva sin necesidad de emplear la interpretación de forma sistemática, y que el terapeuta que no sabe jugar no está preparado para la tarea.
También destacó que mucho de aquello que se describía en términos de "pecho bueno y malo" (relación objetal), en primera instancia habría que pensarlo en términos de madre (in)suficientemente buena. Es decir, también hay que tener en cuenta la actitud "real" de las figuras materna y paterna, y no poner el acento casi exclusivamente en el mundo objetal del bebé.
En la medida en que Winnicott trasladó estos planteamientos a la clínica, podría decirse que ha sido uno de los precursores del intersubjetivismo. En términos muy resumidos y sencillos, la idea básica sería: las manifestaciones (sanas, patológicas, etc.) del bebé, paciente o grupo, van a depender en gran medida de las interacciones con los progenitores, terapeuta o coordinadores (coordinador y observador). Toda manifestación psíquica y vincular depende del contexto intersubjetivo en que tiene lugar. De ahí que me pareciese interesante (re)pensar acerca de la cuestión grupal desde los planteamientos de Winnicott y otros autores.
En lo que se refiere a la agresividad, Winnicott la considera un elemento fundamental en los procesos de discriminación y desidealización, ya sea en el desarrollo, en una situación terapéutica, de proceso grupal o en relaciones cotidianas.
Por otra parte, cabe no perder de vista la idea de la agresividad como algo que hace daño y produce dolor. Quizá las dos vías más potentes a través de las cuales podemos dañar al otro o sentirnos dañados son:
1) Atacando su narcisismo (o sentirnos atacados)
2) Haciendo que se sienta culpable (o sentirnos culpables)
Podemos hundir a una madre diciéndole o haciéndole sentir que es mala madre. Con un sólo golpe atacamos su narcisismo y hacemos que se sienta culpable. La actividad profesional que realizamos constantemente nos expone a ser y sentirnos atacados en este sentido; y esta exposición puede hacer que realicemos intervenciones agresivo-defensivas que bloquean o entorpecen el proceso grupal.
Las manifestaciones de agresividad pueden ser la resultante de procesos defensivos resistenciales (del grupo y de los coordinadores), o bien apuntar hacia procesos estructurantes. Con ello no pretendo decir que determinada manifestación de agresividad sea una u otra cosa, sino que es posible pensarla desde dos perspectivas distintas, que por lo general se atraviesan mutuamente.
Todo acontecer grupal es un vaso mitad lleno mitad vacío; y el enfoque que adoptemos marca en gran medida el rumbo y talante de nuestras intervenciones. El que determinada manifestación resulte sana o patológica depende también del signo que pongamos en nuestra mirada. Quizá tendemos a percibir y señalar la mitad vacía, posiblemente debido a la necesidad de posicionarnos como siendo la mitad llena.
La agresividad como elemento estructurante en el desarrollo emocional
Las construcciones teóricas de Winnicott acerca de la relación bebé-madre pueden brindar algunas metáforas para pensar acerca de la relación grupo-tarea-coordinación; lo cual no significa que los procesos grupales reproducen el desarrollo emocional primitivo.
Partiendo de que toda psicología "individual" es psicología interactiva e intersubjetiva, considero que algunos paralelismos conceptuales pueden ser válidos, por lo menos como punto de referencia y a modo de metáfora.
En las primeras etapas del desarrollo el bebé no discrimina entre yo y no-yo, mundo interno y externo, procesos intrapsíquicos y acontecimientos de la realidad externa. A raíz de múltiples experiencias, la figura materna se va haciendo significativa en calidad de objeto fusionado. Winnicott dirá que hay relación de objeto, pero no el reconocimiento de relacionarse con un objeto externo(1).
En este contexto el bebé tiene la ilusión de relacionarse con un objeto fusionado que se encuentra bajo su control omnipotente. Por ejemplo: cuando siente hambre, durante un tiempo puede eliminar el displacer mediante la descarga motriz del berreo y el pataleo, y luego a través de la alucinación. Si en este momento la madre le ofrece el pecho y la leche reales, se establece una yuxtaposición entre aquello que el bebé es capaz de alucinar y la realidad externa.
En el ámbito de esta yuxtaposición entre lo alucinado y lo real, se establece el primer "vínculo" (a modo de fusión) con la realidad externa. El acceso al principio de realidad se basa en que la madre no plantea exigencias prematuras en este sentido. A su vez, esta actitud no intrusiva sostiene el desarrollo del sí-mismo verdadero.
Tomemos la siguiente idea como metáfora del matrimonio entre el extremo del individuo y extremo de su afuera:
"La madre posibilita al bebé tener la ilusión de que los objetos de la realidad externa pueden ser reales para él, vale decir, pueden ser alucinaciones, ya que sólo a las alucinaciones las siente reales. Para que a un objeto exterior se lo sienta real, la relación con él debe ser la relación con una alucinación." (Winnicott, 1989a, 73).
El paso siguiente consiste en "romper" la fusión, poner al objeto fuera de la zona de control omnipotente y reconocer su externalidad. Para ello, el bebé tendrá que destruir al objeto fusionado.
Esta destructividad no está motivada por el odio o la ira, sino por la necesidad psíquica de discriminarse y existir como fenómeno autónomo y separado.
Aunque se trata de una destrucción a nivel de relaciones objetales, ello implica ataques reales hacia la figura materna; por ejemplo, cuando el bebé muerde, patalea, araña, no la mira, la rechaza.
Aquí la principal tarea de la madre es sobrevivir al ataque, lo cual significa no reaccionar con la venganza o el abandono (de hecho, algunas madres no toleran esos movimientos de independización y tienden a reaccionar según la ley del talión).
Winnicott destaca que el término "destrucción" no se refiere tanto al impulso destructivo del bebé. Si la madre sobrevive al ataque, la destrucción es una destrucción potencial en el ámbito de las relaciones objetales; una destrucción que será restituida una y otra vez por la supervivencia de la madre. Es como si el bebé dijera: "te destruyo, no existes", y luego se encontrara con que la madre sigue estando ahí.
Estas experiencias basadas en la destrucción-supervivencia, fundan la discriminación entre fantasía y hecho, entre yo (mundo interno, fantasía, "te destruyo") y no-yo (mundo externo, hecho, "sobrevives").
A partir de la discriminación el bebé empieza a esperar algo del objeto no-yo. Si la madre es "suficientemente buena", la mente del bebé se encarga de convertirla en una figura materna idealizada. Fundamentalmente, espera que ella sea capaz de satisfacer sus necesidades y protegerle de todos los peligros.
Esta sería una función positiva (no resistencial) de la idealización: la "renuncia" a la ilusión de omnipotencia propia pasa por la creencia en la existencia de otro omnipotente o ideal (cf. Kohut, 1971). Sin la idealización el bebé se sentiría demasiado expuesto y desprotegido.
A su vez, para seguir hacia la autonomía el bebé también tendrá que destruir esta concepción idealizada. Si siguiera creyendo en la existencia de otro ideal, no pulsaría en él la necesidad de desarrollar sus propios recursos.
Una y otra vez, inevitablemente la actitud de la madre no cumple con las expectativas idealizadas, lo cual genera la frustración y los correspondientes sentimientos de odio.
A diferencia de lo que pasaba en aquella destructividad más primitiva (sin odio), la destrucción de la idealización deriva del odio provocado por la frustración y la desilusión.
Winnicott dice que la madre empieza a "fallar", en el sentido de que disminuye poco a poco, de forma no traumática, el grado de adaptación a las necesidades de su hijo. Con ello, brinda al bebé motivos "objetivos" para que la odie y destruya aquella concepción idealizada, lo cual pasa por momentos de ataque, repulsa y denigración del objeto. Winnicott incluso habla de rociar al objeto idealizado con excrementos.
A su vez, a la madre le corresponde tolerar la herida narcisista de no ser la encarnación real de una madre perfecta, lo cual le posibilita tolerar estos momentos transitorios de ataque, repulsa y denigración; por ejemplo, cuando el bebé no come de su comida pero come si la da un extraño o la tía.
Si la madre sobrevive a estos ataques, el bebé puede integrar sus sentimientos ambivalentes; empieza a darse cuenta de que esta madre "que no da la talla" (denigrada) es la misma que una y otra vez actúa de forma pertinente y es amada.
La agresividad como emergente grupal
La agresividad suele manifestarse de diversas formas en el proceso grupal: culpabilizaciones implícitas o explícitas, ataques al narcisismo y a los distintos elementos del encuadre, insultos, discusiones y cuestionamientos (a veces constructivos y otras veces dilemáticos, acalorados o aburridos), humor y sarcasmo, somatizaciones, en aquellas situaciones en que brilla por su aparente ausencia, etc.
Más allá de los procesos intragrupales relacionados con la tarea, tales manifestaciones de agresividad pueden derivar de la actitud de los coordinadores. En primera instancia, ello no es ni positivo ni negativo, sino simplemente inevitable. Lo que sí se puede evitar, por lo menos en cierta medida, es el clima de crispación derivado de determinadas intervenciones intrusivas.
A continuación propondré algunas líneas de reflexión e intervención relacionadas con la agresividad en los grupos.
La paradoja del comunicar silente
Una de las líneas más común en la conceptualización sobre grupos, suele entender la agresividad como derivada de las frustraciones, ansiedades y resistencias relacionadas con la tarea grupal y el trabajo (recuérdese que estoy hablando desde mi experiencia como formador). Tales manifestaciones se deben, entre otras cosas, a que el grupo externo puede vivirse como amenaza al grupo interno y al sí-mismo de cada miembro, es decir: a sus esquemas de referencia, narcisismo, omnipotencia, etc.
La perspectiva inversa (menos mencionada) consiste en tener en cuenta el efecto apaciguante producido por la externalidad del grupo. Quizá una de las principales motivaciones para que las personas busquen pertenecer a grupos, deriva de la necesidad básica de compartir intersubjetivamente sus experiencias psíquicas y vinculares. Los fallos significativos en este sentido pueden producir estados confusionales, paranoides, de aislamiento y psicóticos.
Stern comenta que: "lo que se desarrolla es una necesidad dominante de pertenencia-psíquica-a-un-grupo-humano, esto es, necesidad de inclusión en un grupo humano como miembro con experiencias subjetivas potencialmente compartibles, en contraste con el no-miembro, cuyas experiencias subjetivas son totalmente únicas, idiosincrásicas y no compartibles. La cuestión es básica. Los polos opuestos [aislamiento y exposición] de esta dimensión única de la experiencia psíquica definen diferentes estados psicóticos. En un extremo está el sentido de aislamiento psíquico cósmico, la alienación, la soledad (la última persona que queda en la tierra), y en el otro está el sentimiento de total transparencia psíquica, en el cual no puede conservarse la privacidad del menor recoveco de experiencia potencialmente compartible. Es presumible que el infante descubre esta dimensión de la experiencia psíquica en algún punto intermedio, entre los polos extremos, que es donde la mayoría de nosotros seguimos encontrándola." (Stern, 1985, 170s).
En la situación grupal, los miembros del grupo oscilan entre la exposición y el aislamiento del sí-mismo.
Respecto al aislamiento, suelen producirse estos silencios tensos en los que uno tiene la sensación de que cada miembro busca refugio en su grupo interno. Podemos casi verles interactuando con sus interlocutores imaginados: unos ponen cara seria, otros sonríen o intentan no sonreír; a algunos se les ve contestando a las preguntas que se plantean, mientras otros pelean contra la respuesta que han recibido de sus interlocutores internos. También hay los que clavan su mirada en el artículo; pero todo hace pensar que no registran palabra, si es que leen alguna.
Este refugiarse cumple una función protectora o aislante ante la exposición del sí-mismo en la situación grupal. Esta función protectora no es algo necesaria ni exclusivamente resistencial, sino más bien una función que contribuye a que los miembros empiecen el proceso de estar en grupo. Una forma de empezar a estar en grupo puede ser no estando y teniendo donde refugiarse.
En un artículo titulado "La capacidad para estar a solas", Winnicott se refiere a la capacidad para estar a solas en presencia de alguien (paradoja); de modo que es "importante que haya alguien disponible, alguien que esté presente, si bien sin exigir nada" (Winnicott, 1965, 37).
En otro lugar reivindica explícitamente "el derecho a no comunicarse" (ibidem, 217). Argumenta que el núcleo del sí-mismo verdadero, de esta instancia que posibilita al individuo sentirse real en su relación consigo mismo y con el mundo externo, se basa en aquellas relaciones que pertenecen al orden de la yuxtaposición entre la alucinación y la realidad externa.
Con el paso del tiempo, este espacio psíquico y vincular de la yuxtaposición se convierte en el mundo interno y de fantasía creativa del individuo; en el núcleo del sí-mismo verdadero. Winnicott sugiere "que este núcleo nunca se comunica con el mundo de los objetos percibidos, y que la persona, el individuo, sabe que no debe establecerse comunicación con dicho núcleo ni dejar que la realidad externa influya en él" (ibidem, 227). Se trata de en una especie de territorio sagrado "merecedor de todo cuanto se haga para protegerlo" (ibidem).
Parafraseando a mí amigo Iñaki Aierra, diría que todos tenemos nuestro video secreto, y vete a saber qué pasaría si le damos al play. Si se le da al play, o si hay la amenaza de que ello ocurra, una de las alternativas consiste en organizar defensas a modo de un sí-mismo falso que oculta y protege al verdadero. La otra alternativa es defenderse atacando.
"No nos es difícil comprender por qué la gente odia tanto el psicoanálisis; por haber profundizado en la personalidad humana y representar una amenaza sobre la necesidad humana de permanecer secretamente aislado. La pregunta es la siguiente: ¿cómo aislarse sin que tengan que encerrarnos?" (ibidem, 227).
Siguiendo a Winnicott, creo que este núcleo del sí-mismo verdadero puede volcarse en la realización de actividades culturales, en el arte, la religión, el trabajo y el vivir creativos, etcétera; pero no debe haber comunicación directa con este núcleo desde fuera hacia dentro. Ello configura un dilema o paradoja entre "la necesidad urgente de comunicarse y la necesidad, más urgente todavía, de no ser hallado" (ibidem, 224). Cuando esta paradoja es atacada o se rompe, el sujeto oscila vertiginosamente entre las vivencias de aislamiento y exposición excesivos.
Los miembros de un grupo se encuentran ante dos alternativas que se atraviesan constantemente. Por un lado, la situación grupal cumple una función apaciguante; puede viabilizar la necesidad de comunicarse (desde dentro hacia fuera) y compartir experiencias subjetivas. Por otro lado, a la par se estructura una situación paranoide, el peligro de ser hallado, de que haya una comunicación directa e intrusiva desde fuera hacia dentro.
Aquí el supuesto saber de la coordinación puede representar una amenaza, que a veces se hace efectiva bajo la forma de interpretaciones profundas y penetrantes que, efectivamente, pueden penetrar las defensas e invadir los refugios.
Creo que sobre todo al comienzo conviene no interpretar estas cuestiones relacionadas con el refugio de cada miembro; porque una explicitación de tales procesos posiblemente sería vivida como un ataque.
Desde esta perspectiva, cuando la agresividad-crispación aparece como emergente grupal, corresponde cuestionar en qué medida fue la coordinación la que dio el primer golpe, profanó territorios sagrados o atropelló los pasos que conducen poco a poco a la constitución grupal. Este cuestionamiento va a la par con las hipótesis acerca de las posibles dificultades del grupo con relación a la tarea.
Por otra parte, también es importante que la coordinación no se deje llevar por la inercia potencialmente ansiógena de aquél silencio aislante. En tales situaciones uno puede preguntar qué pasa, en qué están pensando, qué les ha parecido el artículo, qué han hecho el fin de semana; o bien emplear el humor para "romper el hielo", introducir sus propias asociaciones (y luego dejar que el grupo siga con las suyas), etc.
Pero no intervenimos tanto para que el grupo hable de los vínculos que se están construyendo y de las defensas implicadas en dicha construcción. Sobre todo al comienzo del proceso grupal, cualquier decir en este sentido puede entorpecer la experiencia de crear vínculo.
Además de lo planteado acerca de los refugios, hay determinados aspectos de la experiencia grupal que se juegan más bien en los niveles preverbales y paraverbales de comunicación (clima, tono de voz, empatía, fluidez de la comunicación).
Desde la perspectiva de la psicoterapia, Fiorini dice que "a veces el acto de decir ataca al orden preverbal, por la distancia que la representación de palabra induce frente a las representaciones de estados de cosas" (curs. LDM); "resulta delicado, en la tarea de crear vínculo, que se hable de ese vínculo en el mismo momento de estar construyéndolo. Las líneas tradicionales kleinianas que han planteado una intervención sistemática sobre la transferencia, han sido a mi juicio muy nocivas, a veces deletéreas para la posibilidad de construir vínculo. Porque cuando lo hago no lo digo, dado que ese decir es distanciante" (Fiorini, 1993, 125)(2)
Es como si uno pretendiera hablar de un cuadro que todavía no ha sido pintado. Entonces hay la posibilidad de que el cuadro sea pintado en función de lo que se ha hablado; es decir: la posibilidad de que el proceso grupal se desarrolle sobre la base de un si-mismo falso que intenta amoldarse a enunciados semánticos.
En resumen diría que, para no atacar el proceso grupal, hay momentos y situaciones en los que conviene silenciar determinados aspectos y niveles de la experiencia, lo cual no significa quedarse en silencio.
Creo que resulta fundamental tener en cuenta esta diferenciación entre el silencio y el silenciar. Como coordinadores podemos hablar mucho (incluso interpretar), silenciando a la vez determinados aspectos y niveles de la experiencia que, de ser explicitados, pueden bloquear o entorpecer el proceso grupal.
En lo que respecta a esta posibilidad de "interpretación verbal silente", según algunas líneas psicoanalíticas contemporáneas "la interpretación de la que hablamos no procura revelar el sentido oculto en las palabras"; "la interpretación es para nosotros más un efecto producido por la transferencia que un elemento que actúa sobre la transferencia. La fórmula que proponemos sería: la interpretación es la puesta en acto de la transferencia" (Nasio, referencias desconocidas; cf. Moreno).
Ilustraría mí comprensión de este planteamiento diciendo que, si un paciente o grupo me cuenta algo trágico sin manifestar ninguna emoción correspondiente, puede que me salga decir "¡ostia!", o lo que sea, puesto que lo importante es esto: ¡...!. Eso sería una interpretación; en este caso, algo que tiende a integrar representaciones verbales y afectos. Se trata de un "problema terapéutico que ha sido desde siempre problema de poetas: encontrar palabras que logren ser acción más que contemplación" (Fiorini, 2000, 16).
Desde esta perspectiva, el acento recae en las significaciones intersubjetivas de tales palabras-acción. Aquello que solemos llamar interpretación serían más bien intervenciones explicativas.
Menciono esta cuestión para ilustrar cómo es posible interpretar y a la vez silenciar. Silenciar para que no se produzca aquella comunicación intrusiva desde fuera hacia dentro, la amenaza de ser hallado o la falsificación lingüística de los niveles no-verbales de la experiencia (3).
Si no somos capaces de silenciar, mejor será que nos quedemos en silencio. De lo contrario, "sabemos demasiado y somos peligrosos, debido a que hemos establecido una comunicación demasiado directa con el punto central, quieto y silencioso" (Winnicott, 1965, 229). Quizá sea nuestro no saber silenciar el que en cierta medida produce silencios resistenciales en el grupo, su formalización y burocratización (falso sí-mismo) o bien manifestaciones de agresividad hacia la coordinación y el encuadre. Luego, está el peligro de que lo interpretemos como resistencia del grupo.
Agresividad y construcción semántica
Si en primera instancia he puesto el acento en la importancia de silenciar determinados niveles y aspectos de la experiencia, cabe no perder de vista que una de nuestras funciones es copensar con el grupo. En este sentido, cabe tener en cuenta las construcciones semánticas que empleamos.
En un artículo titulado "Las palabras para decirlo. Un enfoque intersubjetivo de la comunicación en psicoterapia", Ortiz (2002) hace un análisis interesante acerca de cómo diferentes construcciones semánticas (empleadas en interpretaciones, preguntas, comentarios) conllevan mensajes implícitos con una carga valorativa, de aprobación o desaprobación (culpabilizadora), de (des)valorización narcisista, etc.
Un aspecto importante de esta cuestión tiene que ver con el lugar en que uno se coloca a la hora de enunciar sus palabras; es decir, si habla desde un lugar ajeno al aquí y ahora, o si lo hace empáticamente. El autor cita como ejemplo el caso de una paciente que se deprimió tras visitar a una amiga que tiene todo lo que ella no tiene (atractivo físico, novio, capacidad para comprometerse). A continuación discrimina entre las posible intervenciones:
"Lejana y 'objetiva' (pretendidamente desde fuera de la matriz relacional): 'Fuiste a ver a tu amiga, sentiste envidia y eso te deprimió'.
Empática: 'Me doy cuenta de que inevitablemente te comparaste con tu amiga y que experimentaste que ella tiene todo y que tu, en cambio, no tienes nada. Que fue un contraste tan doloroso que empezaste a odiarte y a odiar al mundo en general por ser tan injusto'.
En esta intervención, aunque el terapeuta trata de ver las cosas con los ojos de la paciente (yo entiendo lo que es ser tu), todavía hay una cierta separación entre uno y otro. En una tercera intervención, también empática, esa separación casi ha desaparecido.
'Sí, duele cuando uno se siente tan diferente y peor que los demás'. Con esta frase el terapeuta dice: tu, yo y cualquiera experimenta dolor en una situación así. El terapeuta muestra que la entiende y, además, le legítima su dolor." (Ortiz, 2002)
Habría mucho qué decir y matizar acerca de esta cuestión; pero sólo destacaré la importancia de que el observador tome nota de las construcciones semánticas empleadas por el coordinador, debido a que este material puede ser muy valioso a la hora de reflexionar acerca de cómo el grupo las experimenta y reacciona.
En términos generales, las construcciones empáticas suelen resultar menos persecutorias. Ello se debe, en parte, a que cuando el coordinador interviene desde la empatía, tiende a formular sus impresiones desde su propia subjetividad; es decir, no hay un movimiento de revelar lo que está pasando en el grupo (comunicación desde fuera hacia dentro), sino más bien la puesta en escena de la subjetividad propia que, en el mejor de los casos, hace eco en el grupo.
Por ejemplo: "mientras os escuchaba, tenía la sensación de que..."; es decir, en vez de atribuir, desde "fuera", una significación a lo que está ocurriendo, les estoy diciendo que yo tengo la sensación de que... (cf. Safran, 2002).
Dicho en términos "winnicottianos" y metafóricos: la madre no mete el pecho en la boca del bebé. Lo que hace es poner el pecho a una "distancia óptima", de modo que el gesto de apropiarse del pecho parte del bebé.
Si uno tiende a meter el "pecho" (interpretación, etc.) en la boca del grupo, hay una mayor tendencia a que se generen tres tipos de reacción: rechazo, acatamiento y ataque.
Agresividad anárquica
Otra cuestión que se me ocurre, tiene que ver con cómo los miembros del grupo tienden a reproducir, en la situación grupal, una serie de violencias instituidas en sus lugares de trabajo. Según mi experiencia, los brotes de agresividad más crudos suelen producirse cuando los miembros del grupo pertenecen a una misma institución, y sobre todo cuando el grupo se reúne en el espacio físico de la institución. Esto último parece intensificar las ansiedades paranoides.
En tales grupos no es poco frecuente observar manifestaciones de agresividad cruda: se insultan directamente, atacan el narcisismo de los compañeros y reparten culpabilidades a modo de ladrillos. Incluso suelen estar orgullosos de que "aquí somos sinceros y decimos las cosas". Se producen discusiones acaloradas y dilemáticas que no tienen fin, o cuyo fin se acerca más bien a la descarga motriz del bebé que berrea y patalea.
Es curioso observar que tras estos brotes de agresividad, los miembros implicados se hablan afectuosamente como si nada hubiese pasado (algo muy común en familias de pacientes con patologías graves). Uno tiene la sensación de que se trataba tan sólo de una representación teatral en la que, una vez terminada, los actores se deshacen de sus personajes.
Sin embargo, parece tratarse más bien de situaciones que ilustran la disociación de las experiencias de destrucción y supervivencia; de modo que no hay ni destrucción ni supervivencia, sino tan sólo destrucción y reparación mágicas.
Esta dinámica se acerca a lo que pasa en los dibujos animados: el ratón hacer estallar una bomba dentro de la boca del gato, y en la toma siguiente el gato ya está rehecho para empezar una nueva secuencia en la que terminará destrozado. Entre una toma y otra no queda registro de las consecuencias de la agresión ni del proceso de reparación.
Según mi experiencia, en el proceso grupal no hay interpretación o señalamiento que de cuenta de estos brotes de agresividad; de modo que a la coordinación le corresponde ejercer una función de interdicción activa.
Si no hay una interdicción activa, es probable que se produzca la desintegración del grupo o la deserción de algunos de sus miembros, o que esta dinámica se perpetúe al igual que en los dibujos animados ("siempre pasa lo mismo").
Este tipo de situación me hace recordar a un niño que atendí en la consulta. Su único "juego" consistía en hacer que los juguetes chocasen violentamente unos contra otros. Si yo le preguntaba, por ejemplo, por qué los muñecos estaban peleándose, él no sabía qué decir. No había un guión o argumento, sino tan sólo descarga motriz sin posibilidad de historicización.
Sólo cuando ejercí una función de interdicción activa este niño fue capaz de jugar (sin comillas); incluso de jugar a que los muñecos peleasen y discutiesen debido a sus desacuerdos. A raíz de ello empezó a poder pensar acerca de por qué solía pegar e incluso estrangular a sus compañeros sin mediar palabra.
Doy este ejemplo para ilustrar cómo, sobre todo en situaciones extremas, la interdicción activa puede contribuir a que la agresividad se convierta en una experiencia acerca de la cual, o desde la cual, se puede pensar. No se trata de no permitir que los miembros del grupo discutan e incluso peleen (verbalmente), sino de brindar las condiciones para que puedan discutir y pelear; pero no como en los dibujos animados.
En términos generales, aunque no absolutos, creo que este orden de cosas no están para ser interpretados en términos explicativos, sino más bien para ser interpretados en acto (función de interdicción).
Ejercemos la función o no. Podemos ejercer la función hablando, pero lo que ejerce la función no es el contenido semántico y explicativo, sino más bien la escenificación, la puesta en acto, la actitud y las significaciones intersubjetivas que todo ello adquiere en este contexto. Si le decimos al grupo que por eso y aquello otro necesitan una figura legisladora, y demandan que nosotros asumamos este rol, entonces ya no hemos ejercido la función; o la hemos ejercido de una forma mediatizada y distante, demasiado abstracta para un grupo en que las palabras son bombas y la escucha es un bunker.
Agresividad callada
En el otro extremo tenemos aquellos grupos que se caracterizan más bien por el bloqueo de la agresividad. Si en los grupos anteriormente citados constantemente resbalamos en la desesperación exasperada, en los grupos en que opera este bloqueo de la agresividad la tendencia es hundirnos en la desesperación aburrida.
En el grupo, junto con la aparente calma y formalidad vemos cómo la agresividad pulsa y emerge bajo la forma de retrasos, olvidos, lapsus, fusilamientos implícitos, caricias sarcásticas, ausencias por enfermedades o molestias físicas adquiridas justo este día, etc. También puede ocurrir que el encargado de sacar las fotocopias pierda el libro del coordinador.
A veces se organiza una dinámica interactiva a la que podríamos denominar "grupo armónico con miembro callado" (puede que haya más de un miembro callado o que lo callado no esté personificado en ningún miembro).
Cuando un miembro permanece callado durante un tiempo significativo, ello puede deberse a que está callando algo que se contrapone y representa una afrenta a la supuesta armonía grupal, a la ilusión narcisista (en parte necesaria y en parte resistencial) de que "somos iguales". En este contexto interactivo e intersubjetivo, la explicitación de lo callado representa un gesto agresivo, un ataque al "narcisismo grupal" (independientemente del nivel de susceptibilidad de cada miembro a sentirse atacado en este sentido)(4).
Digo "agresivo" también en el sentido de que la explicitación de lo callado es un gesto discriminatorio, y todo proceso de discriminación e individuación está impulsado por la agresividad. Aquí se trata de algo evidentemente estructurante y "positivo", pero el grupo (así como los coordinadores) no lo vive necesariamente así.
Empleando la metáfora de Winnicott, diría que este gesto discriminatorio pasa por rociar la idealización (armonía grupal) con excrementos, lo cual aparece reflejado, en el lenguaje popular, en expresiones tipo "me cago en dios, en la virgen, en la ostia" etc. El "grupo armónico con miembro callado" se esfuerza por no cometer tales atrocidades.
No se si resulta adecuado hablar de "inconsciente grupal".En el tipo de situación que describo, el supuesto "inconsciente grupal" se está manifestando en el contexto interactivo, en el cual uno de los miembros porta lo que está "reprimido" (callado, latente) en función de la interacción grupal; aquellas representaciones a las que adjetivamos como "inconscientes".(5)
Ante el miembro callado los demás tienden a no preguntarle qué piensa o si le pasa algo. A veces siquiera le miran. Suelen argumentar que si uno no quiere hablar, hay que respetarlo. En definitiva, sienten que evocar la palabra del callado sería algo agresivo, desrespetuoso e invasivo. Temen hacerle daño, violar su si-mismo. Sin embargo, en algún nivel el grupo armónico sabe que es la explicitación de lo callado lo que puede representar una agresión.
Si antes hablaba de la importancia de silenciar para no representar una amenaza, ahora corresponde tener en cuenta aquellas situaciones en que lo amenazante proviene de lo que está callado. A diferencia de aquello que debe ser silenciado, lo callado es algo que pulsa y está al acecho: tarde o temprano habrá que purgarlo.
En lo que respecta a la intervención, creo que debemos intervenir en el sentido de contribuir a que este "emergente sumergido" pueda aparecer. En este momento interactivo es el miembro callado el que puede formular o escenificar la "interpretación" más precisa.
Es decir, que nos corresponde intervenir (si hace falta) en el ámbito de la interacción grupal para que desde este ámbito lo "inconsciente" (callado) se haga "consciente" (manifiesto), y no intervenir directamente en el sentido de hacer "consciente" lo "inconsciente" (que es lo que caracteriza a la definición más tradicional de la interpretación).
Una vez que se haya producido este movimiento desde la interacción grupal, puede tener cabida (o no), según el caso, algún tipo de señalamiento o interpretación explicativa por parte de la coordinación.
Destructividad constructiva
Partiendo de las ideas de Winnicott acerca del papel de la agresividad en el proceso de discriminación y desidealización, sugiero que todo proceso de crecimiento y aprendizaje pasa por la destrucción potencial de la matriz que generó y que sostiene dicho proceso. En el desarrollo emocional dicha matriz es la figura materna (en cuanto representación psíquica). En el proceso grupal, la matriz que debe ser destruida es la coordinación, lo que ella representa.
Esta destrucción no está motivada exclusivamente por la ira (envidiosa, resistencial, derivada de la frustración), sino también por el hecho de que el curso de los procesos empuja en este sentido. A partir de determinado momento, el cascarón que posibilitó el desarrollo debe ser destruido para que el desarrollo prosiga.
Si bien es cierto que se trata de una destrucción simbólica, estos procesos serán escenificados bajo la forma de ataques a la coordinación y al encuadre. Recordemos que, en el desarrollo, la destrucción potencial se procesa a través de ataques reales hacia la madre.
Nos encontramos ante una situación que puede pensarse a doble vía. Por un lado, la función de la coordinación es contribuir a que el grupo pueda cuestionar y transgredir (o no) lo instituido; y cuestionar y transgredir implica destructividad. Por otro lado, y por más que ejerzamos bien esta función, invariablemente la coordinación y el encuadre representan lo instituido, aquella matriz fundante que el grupo tiene que destruir para discriminarse.
Siempre seremos representantes de la matriz y de lo instituido, debido a que posibilitamos que el grupo se reúna y somos los que establecemos y administramos el encuadre.
Además, lo instituido se manifiesta en gran medida en las estereotipias del grupo, pero también en las estereotipias de los coordinadores (modos de intervenir y manejar el encuadre). Me refiero aquí a un monto de estereotipia "universal" o inevitable, y no necesariamente a los posibles excesos de este y aquél coordinador.
Desde esta perspectiva, los ataques al encuadre y a la coordinación pueden derivar del esfuerzo positivo de destruir (potencialmente) la matriz que generó y sostiene el proceso grupal; y a la vez, de romper con lo instituido y estereotipado. Tales ataques, muchas veces interpretados como "síntoma", pueden ser más bien la "intervención" que el grupo hace para señalar nuestras estereotipias.
Por lo tanto, esta agresividad potencialmente destructiva cumple una doble función positiva, cuales sean: 1) posibilitar la discriminación y un mayor nivel de autonomía, así como 2) diferentes grados de ruptura con lo instituido y estereotipado.
En el ámbito de estos procesos también cabe tener en cuenta la necesidad de desidealizar. En primera instancia determinados niveles de idealización de la coordinación por el grupo es algo espontáneo y necesario. Como he indicado, sobre todo al comienzo la situación grupal organiza o refuerza una situación paranoide, de intensa exposición del sí-mismo. Ello resulta soportable en la medida en que el grupo confía en la idealidad de una coordinación que les protegerá y alimentará con su (supuesto) saber y benevolencia. También hemos visto que cierto grado de "renuncia" de la omnipotencia propia pasa en primera instancia por la posibilidad de idealizar a otro.(6)
En definitiva, basta con que seamos suficientemente buenos para que el grupo nos idealice. Nadie dudará que resulta placentero sentirse idealizado por otro. Además, creo que sobre todo durante estas etapas los coordinadores de hecho "trabajan mejor"; y ello debido al investimiento narcisizante que reciben del grupo. También es cierto que este "trabajar mejor" está sostenido en gran medida por el hecho de que el grupo tiende recibir casi todo lo que digamos con cierta "alegría"; "perdonan" nuestros errores y callan los elementos de discordia.
Sin embargo, y sobre todo si se trata de un grupo de duración media o larga (de uno, dos o tres años), en algún momento empezará a producirse la expulsión del paraíso, la destrucción de la matriz, la denigración de lo idealizado, el encuentro de la discordia y la armonía, el asesinato simbólico de la madre y del padre.
Aquí, quizá más que en ningún otro momento, en el grupo como en los coordinadores hay una maraña de fuerzas enfrentadas; entre fuerzas que tienden a perpetuar la idealización y fuerzas que empujan hacia su destrucción.
Si bien es cierto que la idealización resulta placentera y hay fuerzas primarias que tienden a perpetuarla, también lo es que poco a poco al grupo ya no le sirve que seamos sólo suficientemente buenos. En algunos casos, en mayor o menor medida, puede que empiecen a ganar protagonismo las demandas y exigencias (a veces pasivas) de que seamos la encarnación real de la idealización. Eso ya no nos resultará tan placentero y quizá empezaremos a sentirnos algo molestos... y a la vez frustrados. Molestos también ante las protestas (no necesariamente explícitas o reivindicativas) debido a que nuestra actitud no cumple con aquella concepción idealizada.
El paraíso empieza a convertirse en un lugar aburrido e incómodo, a la vez que la tormenta se organiza alrededor del pecado original.
Entonces el grupo ya no recibe nuestras intervenciones con la "alegría" de antaño; ya no las recoge con aquella cierta incondicionalidad. A veces, y más bien a modo de ejercicio de la buena educación, nos dejan hablar pero "pasan olímpicamente". Puede que este "pasar olímpicamente" no sea algo resistencial, sino más bien un momento del proceso grupal: el momento de la repulsa hacia el objeto. Al "igual" que suele ocurrir con el bebé que no acepta la comida, no se trata necesariamente de que no tenga hambre o que la comida esté mala: es que se la da la madre-coordinación.
Quizá un observador externo diría que los coordinadores se vuelven más torpes, y puede que nos sintamos más torpes. Además, en el grupo se desarrolla una percepción más realista de nuestros defectos, estereotipias y errores técnicos (ya no nos perdonan como antes); errores en parte provocados por la misma situación intersubjetiva generada en este momento grupal.
En el ámbito de la psicoterapia, Winnicott dice que "a la larga, el paciente aprovecha los fallos del analista, a menudo insignificantes y tal vez inducidos por el paciente, o bien el paciente produce elementos ilusorios de transferencia (Litle, 1958), viéndonos nosotros obligados a soportar que se nos entienda mal en un contexto limitado" (Winnicott, 1965, 319).
En definitiva, independientemente de que se trate de errores reales ("técnicos"), imaginarios, buscados o provocados, importa destacar que tales errores brindan al grupo motivos "objetivos" para que odie a la coordinación y destruya aquella concepción idealizada (cf. Kohut, 1971, 97ss).
Aquí la resistencia de los coordinadores puede deberse a que la desidealización pasa por una etapa de denigración y repulsa hacia el objeto.
En tales situaciones es legítimo e inevitable que uno sienta tales procesos como un ataque o afrenta a su narcisismo. Lo que puede resultar desfavorable es que no sobreviva al ataque; por ejemplo, que interprete el ataque como resultado de procesos resistenciales en el grupo, cuando se trata más bien de procesos estructurantes que empujan hacia adelante.
Con ello, en vez de brindar motivos para que el grupo se enfade y destruya constructivamente (desidealización), la coordinación brinda motivos para que se sienta culpable. Ante el (supuesto) ataque a su narcisismo, puede ocurrir que ataque el narcisismo del grupo (lo cual puede manifestarse en la tendencia a señalar fundamentalmente la mitad vacía del vaso). Como he indicado, la culpabilización y ataques al narcisismo son dos formas muy potentes de hacer daño, y también de controlar al otro para que no nos haga daño.
En esta "etapa" el proceso grupal se encuentra ante una bifurcación. Por un lado el grupo necesita del investimiento narcisizante que le brinda la coordinación. Por otro lado, si sigue adelante en el proceso de destruir y desidealizar esta matriz, teme perder dicho investimiento. Necesita actualizar los procesos en que está implicada la agresividad, pero teme la culpabilidad que ello puede generar.
En tales situaciones el proceso grupal suele estar atravesado por el fantasma de un progenitor que no sobrevive al no poder tolerar los procesos de discriminación y desidealización; que reacciona ante tales procesos con la desestructuración o la venganza.
Si en el desarrollo normal hay adaptación a las necesidades del bebé, puede ocurrir que la precaria integración y narcisización de la figura materna impongan al bebé el desarrollarse amoldándose a las necesidades de ella. Aquello que vendría a constituir el núcleo del sí-mismo verdadero se desarrolla en función de la organización defensiva de otro, bajo la forma de un sí-mismo falso atrapado a demandas y necesidades ajenas. Puede que el bebé o niño se convierta en un problema (tonto, torpe, incapacitado) para que el otro sea o se sienta la solución; o para evitar la depresión o desestructuración del otro.
Ante aquella bifurcación, puede ocurrir que el grupo "opte" por desarrollarse bajo la forma de un sí-mismo falso que cumple la función de proteger la coordinación. Todo ello pertenece a lo imaginario del grupo; pero este imaginario se organiza también en función del contexto interactivo e intersubjetivo con la coordinación.
En lo que respecta a la intervención, resulta fundamental permitir la completación de la experiencia de destrucción y desidealización. La interpretación (sobre todo la transferencial) suele estropear la continuidad de la experiencia; entre otras cosas debido a que aquí posiblemente se produciría una interpretación defensiva: interpretar para interrumpir la experiencia interactiva en que el otro me está desidealizando.
Por ejemplo: el grupo puede estar desidealizando el saber que atribuye a la coordinación (ironizan con el artículo, cuestionan o rechazan las interpretaciones, señalamientos y sugerencias, pasan olímpicamente, etc.). De una forma u otra a la coordinación se la pone en el lugar del no-saber; y el no-saber es una afrenta al narcisismo (ver Ogden, 1989, 163ss).
Aquí la interpretación puede interrumpir la experiencia de destrucción potencial, sobre todo si se hace una "buena" interpretación reflejando la necesidad del grupo de discriminarse, desidealizar y transgredir lo instituido. En este caso se produce una paradoja: cuanto mejor sea la interpretación, peor puede ser el efecto.
Si partimos del supuesto de que la tarea del grupo se centra en cuestionar su (no)saber, resulta evidente que aquí se ha generado una situación especular, en el sentido de que ponen a la coordinación en el lugar del no-saber para así asumir el lugar del saber.
Por otra parte, creo que si la coordinación interpreta este tipo de situación (no sobrevive al ataque), se coloca en el lugar del saber, es decir: emplea un mecanismo defensivo-especular análogo al empleado por el grupo.
Asimismo, creo que cierta dosis de estos errores técnicos, derivados de las resistencias y (contra)transferencias de los coordinadores, puede contribuir al proceso grupal. Cierta dosis de discriminarse, desidealizar y hacerse autónomo a pesar del otro, hace que los procesos sean vividos como el resultado de los impulsos y pulsos del grupo, y no como una dádiva ofrecida por el otro.
En el ámbito de los procesos que he intentado describir, estos planteamientos teóricos pueden contribuir a que la coordinación tome una distancia operativa ante estos procesos que implican heridas narcisistas y un sin fin de reacciones (contra)transferenciales. Pero no una distancia que pretende no sentirse afectada, sino una distancia que posibilite reconocer la afectación y tomarla como guía, conjuntamente con la teoría.
También creo que estos planteamientos teóricos pueden servir para discriminar entre aquello que interpretamos silentemente en nuestro espacio mental (distinto de callar una interpretación) y alguna posible intervención explicitada al grupo. La fórmula aproximada y relativa sería: no intervenimos explicitando al grupo aquello que pensamos y sentimos. Lo que hacemos es intervenir en función de lo que sentimos y pensamos.
En lo que respecta a esta forma de procesar la intervención, destacaría el potente efecto del humor. Si un miembro del grupo (dentro de unos criterios de respeto) le dice al coordinador que su intervención es la típica manifestación de un estereotipo psicoanalítico, el coordinador puede responder con una broma o con la risa, sobre todo si está de acuerdo con el comentario del dicho miembro.
En su trabajo sobre "El chiste y su relación con lo inconsciente", Freud (1905) dice que la risa deriva de un ahorro de gasto de energía psíquica. Si vemos a alguien que se saca la lengua mientras escribe, ello puede resultar gracioso en la medida en que nos percatamos del excesivo gasto de energía que emplea; con lo cual, reímos lo que nos ahorramos. También podemos reírnos de nosotros mismos si en determinado momento nos sorprendemos realizando este tipo de estereotipia; de modo que al dejar de realizarla, reímos lo ahorrado.
Si un miembro dice que mí intervención es la típica manifestación de un estereotipo psicoanalítico, y yo me percato de que puede que tenga razón, la energía sobrante queda disponible y se descarga mediante la risa. En el contexto grupal intersubjetivo, lo que queda significado es la supervivencia de la coordinación; el hecho de que la destrucción objetal no implica necesariamente una destrucción real (la no supervivencia de la coordinación).
Por otra parte, y teniendo en cuenta que toda percepción tiene algo de proyección, una broma ingeniosa puede ser un buen recurso para devolverle el golpe al grupo; que también ellos tendrán sus estereotipias. Esto sería una "broma interpretativa". Aunque suene gracioso, lo digo en serio.
Con ello no estoy proponiendo que ensayemos sonrisas, ni mucho menos cualquier actitud que se acerque a las patéticas "terapias de la risa". Tales risas, así como la risa nerviosa y sarcástica, implican un alto gasto de energía psíquica; son intentos fallidos de descarga motriz.
"Reírse de todo es propio de tontos, pero no reírse de nada lo es de estúpidos" (Erasmo de Rotterdam).
En la actualidad estoy investigando acerca del empleo del juego y el humor en el trabajo con pacientes con patologías graves. Hay mucho que decir acerca de esta cuestión, pero me limitaré a señalar que, si en un grupo (los coordinadores incluidos) no hay juego, humor y risas, podemos diagnosticar con cierto grado de seguridad que algo anda mal.
Agradecimientos Comentados
Para empezar a terminar, decir que este artículo ha sido gestado bajo la forma de texto-guión para una charla que tuvimos en nuestra Asociación para el Estudio de Temas Grupales, Psicosociales e Institucionales. En aquél contexto, la intención era plantear algunas ideas problematizadoras para impulsar el debate. A su vez, a la hora de reformular el texto para su publicación sentí cierta insatisfacción y temor acerca de los posibles malentendidos que pudieran generarse. De ahí que quisiera dar las gracias a Masza Maszlanka, Antonio Tarí y Emilio Irazábal por los comentarios al borrador de este artículo. No puedo dar cuenta de todas las observaciones, sugerencias y correcciones planteadas, de modo que tan sólo haré algunas matizaciones aclaratorias.
La redacción del texto a veces trasmite, o puede trasmitir, una trasposición simplista de la situación terapéutica dual a la grupal. En determinados pasajes parece haber cierto "olvido" acerca de lo que pasa entre los miembros del grupo, en función de la tarea y de los procesos grupales. Es decir; que quizá he cargado demasiado en el platillo de la relación coordinación-grupo; lo cual, si se traslada a la práctica, puede considerarse un error técnico: por ejemplo, que la comunicación sea radial y no circular, que la coordinación asuma el liderazgo de los procesos, que siempre se presente como la que nutre (interpreta o no, hace comentarios, valida, bromea, etc.). Todo ello puede conducir a un grupo centrado en la coordinación, cuando se trata de que se centre en la tarea.
De hecho, es importante no perder de vista este enfoque más "tradicional" (es decir, más desarrollado por los autores grupalistas), pero he pretendido centrar mí aportación en el enfoque "crítico-intersubjetivo" de la relación grupo-coordinación que, creo, ha sido menos desarrollado.
El enfoque intersubjetivo se insiere en la posmodernidad, en un movimiento de cuestionamiento de la modernidad y de sus nociones de objetividad y neutralidad, que siguen influyendo en gran medida en el pensamiento psicoanalítico y sus derivaciones (ver Eizirik, 2002). Este "nuevo" enfoque propone modelos conceptuales y reflexivos que implican un mayor reconocimiento de cómo la (inter)subjetividad de los coordinadores (terapeuta, etc.) participa en la estructuración y dinámica de los procesos grupales. Se trata de un análisis que va más allá de reconocer que los procesos intragrupales generan en los coordinadores sentimientos y reacciones "contratransferenciales".
No basta con hablar de resistencia al cambio en términos exclusivamente intragrupales; ni tampoco con decir que el grupo o paciente se resiste a aceptar las interpretaciones, o que las deserciones sólo son cosa del otro. Conviene preguntar(se): "¿cuántas de las resistencias del paciente [o grupo] tienen que ver con procesos puramente intrapsíquicos [o intragrupales] y cuántas son reacciones defensivas frente a un analista [o coordinador] que, de un modo sutil o burdo, humilla, desafía o maltrata a un paciente?" (Ortiz, 2002; corchetes LDM).
No se trata de optar por una u otra alternativa, sino de tener en cuenta el atravesamiento entre ambas.
En determinadas situaciones, puede resultar crucial que los coordinadores reconozcan, ante el grupo, la participación de su subjetividad; o que validen las percepciones "realistas" (válidas) que el grupo tiene de nuestras estereotipias, manías, actitudes defensivas puntuales, etc.
En este punto podría objetarse que, si estas cosas ocurren, a los coordinadores les corresponde supervisar y psicoanalizarse. Desde luego, ello es fundamental; pero entiendo que una (suficientemente) buena supervisión, así como el análisis, sirven justamente para ayudar a reconocer que estas cosas ocurren. La pretensión de eliminarlas "de raíz" constituye uno de los mitos de la modernidad: el del superhombre psicoanalizado.
Por otra parte están los peligros inherentes a una aplicación simplista, demagógica o ingenua de estos planteamientos. En determinadas situaciones los reconocimientos pueden reforzar la tendencia del grupo a depositar sus resistencias y dificultades en la coordinación. Puede ocurrir que las percepciones realistas del grupo estén al servicio de la resistencia.
Al plantear esta cuestión en el ámbito de la psicoterapia, Kohut (1971, 302s) propone una doble intervención: 1) aceptar y reconocer los aspectos realistas de la percepción del otro, y 2) señalar la posible función resistencial de dichas percepciones. En definitiva, se trata de una aplicación clínica de algo muy conocido, y que tiene que ver con las implicaciones mutuas entre percepción y proyección.
Esta actitud suele contribuir a la disminución de las resistencias del grupo a la hora de cuestionarse (cf. Safran, 2002). Si uno sólo señala el aspecto defensivo-proyectivo (la mitad vacía del vaso), el mensaje implícito puede estar desvalorizando e incluso patologizando los aspectos sanos o estructurantes del acontecimiento grupal. Luego, está la tendencia a que los miembros trasladen este modelo interactivo a sus lugares de trabajo y a las relaciones con sus pacientes, usuarios, etc.
Por otra parte, conviene tener en cuenta que toda ruptura con determinado discurso suele conducir, sobre todo en primera instancia, al extremo opuesto de este discurso (y sus correspondientes prácticas). Si el enfoque intersubjetivo implica una mayor responsabilidad de los coordinadores en los procesos grupales, también hay el peligro de que dicho enfoque se convierta en un arma para culpabilizar y atacar el narcisismo de otros profesionales, o bien en el látigo que ajusta las cuentas del autocastigo.
Estas oscilaciones discursivas vertiginosas y pasionales, en cierta medida inevitables en todo movimiento de ruptura con lo instituido, también pueden fomentar ciertos modismos y falsas modestias. Entonces uno está todo el tiempo "reconociendo" su implicación y "se olvida" de que el grupo está ahí, con sus particulares y a veces muy peculiares modos de resistirse, atacar, defenderse, mostrarse creativo, cuestionar; y que también los miembros del grupo están ahí con sus historias personales desplegándose en el grupo, entre ellos y con la coordinación.
En definitiva, el enfoque intersubjetivo no anula el modelo "tradicional" de análisis de la horizontalidad y verticalidad (o de la transversalidad) de los procesos intragrupales; lo que hace es incluir la verticalidad de los coordinadores, así como su inclusión en la horizontalidad.
¿Ello significa que hay simetría entre grupo y coordinación?
No; pero en parte sí: es una cuestión de punto de vista. Estrictamente hablando, una lectura intersubjetiva simétrica sólo es posible cuando los coordinadores están fuera del acontecer grupal, y en cierta medida sólo puede efectuarse con la ayuda de un observador externo; por ejemplo, un supervisor. A su vez, desde dentro, en la situación grupal, lo que predomina es la asimetría, porque hay un contrato y un encuadre que discriminan estructuralmente los lugares desde los cuales coordinación y grupo experiencian y observan el acontecer grupal, y participan en él.
Esta cuestión también es importante debido a que, sobre todo en grupos de profesionales con formación psicoanalítica, no es poco frecuente que algún miembro pretenda interpretar las intervenciones de los coordinadores.
Según mi experiencia, este portavoz puede estar manifestando un mecanismo de despersonalización; no sólo en el sentido de que pretende usurpar el lugar del coordinador y/o observador, sino más bien en el sentido de que se posiciona defensivamente en un (no)lugar externo al acontecer grupal. Ante las ansiedades implicadas en ser miembro del grupo (único lugar desde el cual puede aprender y pensar), intenta posicionarse en el lugar de supervisor de la relación grupo-tarea-coordinación.
Desde luego, el contenido semántico de estas "interpretaciones" hechas por el portavoz pueden ser válidas; pero antes de validarlas, a la coordinación le corresponde "poner al portavoz en su sitio", copensar con el grupo acerca de los mecanismos grupales que condujeron a esta situación.
Es importante discriminar entre ámbito de análisis e intervención. El hecho de que reconozcamos la implicación de los coordinadores no significa que siempre sea conveniente explicitar este reconocimiento. Incluso conviene tener en cuenta la tendencia inevitable a disociar entre discurso verbal y significaciones interactivas (Stern, 1985), lo cual puede hacer que el primero (la explicitación verbal ante el grupo) opere a modo de un sí-mismo falso (demagógico, como si), a la vez que en el ámbito interactivo no se producen cambios significativos.
Por lo tanto, creo que lo fundamental son los cambios de actitud de los coordinadores, siempre que se considere que la actitud vigente entorpece o bloquea el proceso grupal. El explicitarlo verbalmente, o no, son decisiones tácticas que deben basarse en el análisis de cada situación.
Debido a que todo proceso grupal satisfactorio está atravesado por momentos y niveles de actitudes resistenciales de los coordinadores, tales "obstáculos" son a la vez parte necesaria e inevitable del proceso (cf. Moreno, 2000). El grupo avanza gracias y a pesar de sus coordinadores. Si fuera posible eliminar el "a pesar", posiblemente se perdería el "gracias".
Todos somos o hemos sido hijos, y hemos salido adelante gracias y a pesar de las neurosis (o algo más) de nuestros padres. Si bien el "a pesar" ha dejado heridas y cicatrices, carencias y fragilidades, también es cierto que nos ha hecho más fuertes, suficientemente aptos para habitar un mundo que no se caracteriza precisamente por brindar las mejores condiciones para que uno siga existiendo y aprendiendo.
Resulta evidente, por otra parte, que algunas ideas que he planteado ya han sido brillantemente desarrolladas por nuestros autores y maestros grupalistas; pero a veces, decir lo mismo con otras palabras es lo mismo que decir otra cosa o pensar diferente; o volver a pensar cuando la terminología a la que nos hemos habituado parece haber caducado y extinguido su potencia pensante y problematizadora.
Respecto a la terminología, en algunos pasajes quizá he empleado un lenguaje demasiado extremo a la hora de intentar describir determinadas vivencias del grupo y de los coordinadores. Por lo general, la idealización-denigración no se manifiestan con la intensidad y el talante trágico-imaginario que el lenguaje empleado refleja; en el sentido de que no se trata, por ejemplo, de las intensas transferencias y regresiones descritas por Kohut y Winnicott.
En todo caso, en algunos pasajes he intentado hacer un acercamiento desde un lenguaje que tiene que ver con lo poético, lo cual conlleva la venia de exagerar; pero también el compromiso de preguntar en cuáles pasajes la exageración se ha pasado de largo o se ha quedado corta. Podemos describir a un hombre sentado en una plaza, diciendo que es un hombre sentado en una plaza; pero el poeta, en parte gracias a que se permite exagerar, y en parte debido a que no tiene la pretensión de hacer una descripción correcta ni concreta, puede hacer una lectura más rica y válida; es decir, intersubjetivamente válida como forma de comunicación.
A fin de cuentas, la cuestión de las intensidades tiene que ver con los distintos grupos y momentos grupales, así como con las vivencias del que los describe.
BIBLIOGRAFIA
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Fiorini, H. J. (1993) "Estructuras y abordajes en psicoterapias psicoanalíticas", Buenos Aires, Nueva Visión.
"Teoría y técnica de psicoterapias", Buenos Aires, Nueva Visión, 2000 (18 ed.)
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(1905) "El chiste y su relación con lo inconsciente", VIII.
(1927b) "El humor".
Kohut, H. (1971) "Análisis del self. El tratamiento psicoanalítico de los trastornos narcisistas de la personalidad"; Buenos Aires, Amorrortu.
Lyons-Ruth, K. (1999) El inconsciente bipersonal: el diálogo intersubjetivo, la representación relacional actuada y la emergencia de nuevas formas de organización relacional. "Aperturas psicoanalíticas, 4", 2000. (Revista por Internet: www. aperturas. org).
Moreno, E. (2000) A propósito del concepto de enactment. "Aperturas psicoanalíticas, 4" (Revista por Internet: http://www.aperturas.org/).
Nasio, J. D. O inconsciente, a transferencia e a interpretação do psicanalista; referencias desconocidas.
Ogden, T. H. (1989) "La frontera primaria de la humana experiencia", Madrid, Julian Yebenes, 1992.
Ortiz, E. C. (2002) Las palabras para decirlo. Un enfoque intersubjetivo de la comunicación en psicoterapia. "Aperturas Psicoanalíticas, 12" (Revista por Internet: http://www.aperturas.org/).
Safran, J. D. (2002) Tratamiento psicoanalítico relacional breve. "Aperturas Psicoanalíticas, 12" (Revista por Internet: http://www.aperturas.org/).
Stern, D. N. (1985) "El mundo interpersonal del infante", Buenos Aires, Paidós, 1991.
Stern, D. N. y otros (1998) Mecanismos no interpretativos en terapia psicoanalítica: el "algo más" que la interpretación, "Libro Anual de Psicoanálisis", XIV, 2000.
Winnicott, D. W.
(1957) "El niño y el mundo externo", Buenos Aires, Hormé, 1993
(1958) "Escritos de pediatría y psicoanálisis", Barcelona, Laia, 1979.
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(1987a) "Los bebés y sus madres", Barcelona, Paidós, 1993.
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(1989b) "Sostén e interpretación", Buenos Aires, Paidós, 1992.
Leonell Dozza es psicólogo. Madrid. Correspondencia: ldozza@yahoo.es
Notas
1. Se ha demostrado que desde el comienzo el bebé es capaz de discriminar, lo cual no invalida (aunque sí relativiza) el planteamiento más tradicional acerca de los estados de fusión primitiva (ver Ogden, 1989, 48ss; Stern, 1985). De hecho, Winnicott dice que la fusión es un logro del desarrollo, posible en la medida en que el bebé cuenta con un sí-mismo relativamente integrado que se fusiona con el sí-mismo de la madre.
2. "Balint (1986) ha sugerido que la técnica kleiniana de la 'interpretación consecuente' representa una actuación contratransferencial del papel de un objeto interno omnisciente [...]; una forma de defensa contra la ansiedad de no saber [...]; obviamente, esto sucede tanto si el analista es kleiniano como si no" (Ogden, 1989, 165).
3. Para un análisis del empleo del lenguaje verbal como representante del falso sí-mismo, ver el interesante trabajo de Stern (1985, sobre todo las págs. 200ss, 274ss). Por supuesto, el autor también tiene en cuenta las funciones y efectos estructurantes del lenguaje verbal.
4. El "principio de igualdad narcisista" es un elemento muy potente de ligación emocional, y por lo tanto de constitución grupal. De hecho, muchos enamoramientos y amistades empiezan con un "¡ah! a ti también te gusta..." (lo cual no siempre es explicitado). Luego, no es poco frecuente que tales parejas y amigos discutan debido a que al otro no le gusta lo que a uno, o viceversa. En términos crudos (es decir, primarios) la fórmula sería: "si te gusta lo que a mí me gusta, si piensas como pienso yo, te gusto y me gustas; de lo contrario, no te gusto y no me gustas". Todo ello puede estar secundarizado por la capacidad del individuo para aceptar o por lo menos tolerar las diferencias, y en el mejor de los casos disfrutar con ellas. Pero estos atravesamientos secundarios no eliminan lo que es primario y fundante en el establecimiento del vínculo.
5. Esta noción de un "inconsciente interactivo e intersubjetivo" aparece reflejada en el planteamiento de Nasio (referencias desconocidas) según el cual "no hay un inconsciente del analizando y otro del analista, solamente hay un inconsciente en juego en la relación psicoanalítica, aquél que se abre en el momento del evento psíquico", es decir: en el momento de la interacción mutua (cf. Lyons-Ruth, 1999). Desde esta perspectiva, también hay que incluir a la coordinación en el concepto de "inconsciente grupal", o de "latente grupal", si se prefiere.
6. En el proceso terapéutico, Kohut (1971, 134ss) señala que la idealización del terapeuta por el paciente debe considerarse un signo de pronóstico favorable, debido a que abre una doble vía de transformación de la libido narcisista, a saber: la de la "grandiosidad y el exhibicionismo del self grandioso arcaico en ambiciones y autoestima realistas", y la transformación de "una imago parental idealizada en ideales internalizados". El autor también destaca cómo la interpretación prematura de la idealización puede bloquear estos procesos estructurantes. Al igual que Winnicott, considera que la idealización (de los padres, terapeuta) tiene su importancia en la medida en que brinda la posibilidad de que, en el ámbito de experiencias reales, el sujeto vaya descubriendo poco a poco las imperfecciones y defectos del objeto idealizado. Con ello, las catexias narcisistas puestas en el otro quedan disponibles y son canalizadas hacia la idealización del superyo, es decir: de los valores y normas. Ante los fallos significativos en estos procesos, entre otras cosas el sujeto puede quedarse atrapado en la grandiosidad y exhibicionismo del self grandioso arcaico, o bien padecer una extremada dependencia en lo que respecta a recibir aprobación y reconocimiento desde el exterior.
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